Lectura: Job 16:1-5
El niño estaba muy enfermo debido a una rara enfermedad. Sus padres quienes eran creyentes oraban y esperaban para que Dios en su infinita misericordia lo sanara. Poco a poco su hijo empezó a recuperarse y cuando pasaron algunos meses los médicos le permitieron que volviera a la escuela; el niño podía caminar tan sólo con paso lento.
Un día de tantos su padre decidió visitarlo en la escuela y a lo lejos lo vio mientras intentaba bajar costosamente por unas gradas para ir al recreo. Cuando lo vio pensó ¡tengo que ayudarlo!, pero luego de un instante, vio que otro niño se le acercaba. Mientras los otros chicos corrían y jugaban, aquel niño también caminaba lentamente por el patio al lado de su frágil amigo.
Seguramente Job hubiera querido tener a un amigo así, pero, en cambio, tuvo tres que aseguraban que él era culpable de lo que le había pasado. Elifaz declaró: “¿quién ha perecido por ser inocente?” (Job 4:7). Ante esto, Job exclamó amargamente: “consoladores gravosos son todos ustedes” (Job 16:2).
Qué ejemplo tan único y distinto nos dio nuestro amado Salvador Jesús. En la víspera de su crucifixión, se ocupó de consolar a sus discípulos. Les prometió que el Espíritu Santo vendría y estaría siempre con ellos (Juan 14:16), y les aseguró: “No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes” (Juan 14:18); “… yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
- Aquel que murió por nosotros también camina a nuestro lado en medio del dolor.
- Gracias Señor Jesús porque nunca nos abandonarás.
HG/MD
“Y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre” (Juan 14:16).
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