Lectura: 2 Pedro 3:1-13

Era el año 1883 cuando ocurrió una de las erupciones volcánicas más fuertes de toda la historia humana, se trata del Krakatoa, ubicado en una isla indonesia. Cuando sucedió este fenómeno de la naturaleza, salieron expedidos hasta la estratósfera 16 kilómetros cuadrados de tierra, roca, vegetación, vida animal y humana.

Su onda expansiva dio la vuelta siete veces al mundo y sus escombros llegaron a más de 3200 kilómetros de distancia, hasta Madagascar.

Al momento de su explosión, el capitán Sampson, quien en ese entonces comandaba el Norma Castle, se encontraba relativamente cerca y escribió en su bitácora lo siguiente: “Estoy escribiendo esto en la más completa oscuridad.  Estaba bajo una continua lluvia de piedra pómez y polvo.  Las explosiones son tan violentas que los tímpanos de más de la mitad de mi tripulación han quedado hechos añicos… estoy convencido que el día del Juicio ha llegado”.

Aunque el capitán Sampson creía que estaba experimentando el fin del mundo, no era así, y aunque algunos puedan pensar que lo vivido por las personas en ese entonces, esa terrible explosión volcánica, calza perfectamente con lo que escribió el apóstol Pedro al decir: “…entonces los cielos pasarán con grande estruendo; los elementos, ardiendo, serán deshechos” (2 Pedro 3:10), aún el reloj de Dios no ha llegado a ese momento en la historia.

Las crisis y situaciones límites, tienen la particular característica de que nos sacan de nuestro círculo de confort, nos recuerdan que en verdad este mundo no es nuestro hogar y nos recuerdan nuestra dependencia de Dios, y que debemos aprovechar cada segundo de nuestra vida para agradarle, ya que no sabemos cuando cambiará nuestro entorno (v.11).

  1. Cuando sintamos que nuestro mundo personal está llegando a su fin, debemos recordar que en realidad cada día que vivimos es un regalo de Dios y puede ser el último de nuestras vidas.
  2. Al confiar en Dios, podremos convertir una crisis en una oportunidad para aprender, servir humillarnos y compartir.

HG/MD

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoren acerca de los que duermen, para que no se entristezcan como los demás que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13).