Lectura: Juan 11:17-26

Durante la fiebre del oro en los Estados Unidos, un hombre y su amigo se establecieron en el estado de Oregon, cerca de un arroyo donde además de truchas, se decía que había abundantes cantidades de oro. Trabajaron incesantemente durante 40 años sacando oro suficiente para seguir con su aventura, lo necesario como para retirarse.

Un día muy temprano, uno de ellos por fin descubrió una veta de oro cerca de donde acampaban, así que corrió hasta donde estaba el otro hombre y le gritó: “¡Despierta, despierta! ¡Somos ricos!” No obstante, su amigo no respondía. Había muerto durante esa noche mientras dormía.

Muchas personas pasan su vida de la misma forma que este hombre, soñando que encontrarán la fortuna, el placer y la felicidad, pero cuando se dan cuenta su vida ha pasado tan rápido como el viento de una tormenta.

Algunos podrían preguntar: “¿Entonces, para qué seguir?, ¿para que soportar toda una serie de situaciones en un mundo en el que todos tarde o temprano, terminaremos bajo tierra?  Todo parece inútil”.

Pero hay buenas nuevas: Jesús murió y resucitó.  Su resurrección garantiza que Dios levantará a los creyentes que han muerto, para que vivan para siempre con Él, y no sólo a ellos, sino a todos quienes se encuentren vivos cuando regrese por su iglesia (1 Tesalonicenses 4:13-18).  Para los creyentes, la realidad es que viviremos no sólo una vez, sino dos veces, esta vida tan sólo es el comienzo de una vida eterna con Jesús (Juan 11:25-26; 3:16).

Esto nos debe dar el ánimo y la fuerza, para poder soportar las dificultades que enfrentamos, sabiendo que tan sólo son cosas pasajeras.

  1. Podemos soportar las pruebas de esta vida, pensando en los goces de la vida eterna.
  2. La dependencia de Dios no es sólo una opción más para el creyente, es su única opción de vida.

HG/MD

“Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11:25).