Lectura: Lucas 15:11-32
En una reunión de padres en una iglesia, las diferentes familias empezaron a compartir sus experiencias vividas con sus hijos; en algunos casos habían tenido hijos con muchos problemas, y en otros casos por el contrario nunca habían sufrido por causa de situaciones particularmente complicadas con sus hijos.
Con el correr de los testimonios, fue evidente que uno de los hábitos común entre ellos era la oración por las vidas de sus hijos sin importar su comportamiento, así como una actitud de comprensión, compasión y ánimo entre las diferentes familias. Ese día muchos se sintieron optimistas al oír experiencias similares a las que ellos estaban pasando, y con esperanza debido a que en muchos casos los hijos habían vuelto a los buenos pasos que les habían enseñado.
Por supuesto, no hay nadie que comprenda mejor la lucha con hijos descarriados que nuestro Padre celestial. Por ejemplo, la historia del hijo pródigo en Lucas 15 es la nuestra y la de Dios. Jesús la relató para beneficio de todos los pecadores que necesitan desesperadamente volver a la casa de su Creador y descubrir la calidez de la comunión amorosa con Él.
Nuestro Señor Jesús es Dios encarnado, quien nos ve sin importar lo alejados que estemos y nos mira con compasión. Es Dios corriendo hacia nosotros para abrazarnos. Es el beso del cielo que da la bienvenida a casa al pecador arrepentido (Lucas 15:20).
- Dios no sólo deja la luz de la entrada encendida, sino que está afuera observando, esperando y llamándonos para que volvamos a casa.
- Señor, te pedimos por las familias que tienen hijos descarriados, ponemos nuestra esperanza en ti para que estas personas se vuelvan a ti.
HG/MD
“Pero era necesario alegrarnos y regocijarnos porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado” (Lucas 15:32).
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