Lectura: Deuteronomio 30:11-20

Había un periodista que era bastante peculiar y tenía algunas costumbres un tanto extrañas, como, por ejemplo, no usaba bolígrafos de tinta azul.

Una vez que necesitaba comprar algunos bolígrafos, le pidió ayuda a un colega que era conocido por ser bastante distraído, pero que en ese momento estaba saliendo hacia una tienda de artículos de oficina porque tenía que comprar implementos para un trabajo pendiente; el hombre escuchó su particular petición, le repitió: “No quiero azules. No quiero bolígrafos azules. No me gusta el azul. El azul me recuerda al mar y he tenido muy malas experiencias con el mar”.  Tratando de reforzar la instrucción ya que recordaba que su compañero era bastante olvidadizo, continuó diciéndole: “Así que, por favor, cómprame diez… ¡pero que no sean azules!”,

Al día siguiente, su colega le llevó los bolígrafos… y todos eran azules. Cuando le pidió explicaciones, le respondió: “Es que no dejabas de decir “azul, azul”. ¡Esa fue la palabra que se me quedó más grabada!”. Definitivamente las repeticiones tuvieron un efecto, pero no fue el esperado.

El héroe de la fe, Moisés, quien le comunicó a Israel la ley dada por Dios, también usó repeticiones al pedirle obediencia a su pueblo. Más de treinta veces instó a los israelitas a cumplir fielmente la ley de Dios, sin embargo, el resultado tristemente fue el opuesto. Moisés transmitió claramente el mensaje al decirles que la obediencia les daría vida y prosperidad, pero que la desobediencia los llevaría a la destrucción (Deuteronomio 30:15-18), sin embargo, no hicieron caso.

Es bueno recordar que, cuando amamos al Señor debemos desear andar en sus caminos, pero no debe ser por temor a las consecuencias sino porque nos da gozo agradar al Señor.

1. Que el Espíritu Santo sea nuestro maestro al leer tu Palabra. Ayúdanos a andar en el sendero de la obediencia.
2. Queremos recordar tu Palabra hasta que esté grabada en nuestros corazones.

HG/MD

“No se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello. Escríbelas en las tablas de tu corazón” (Proverbios 3:3).