Curiosidades
Personajes de la historia de la Natividad – Augusto Cesar
El nombre original de Augusto César era Cayo Octavio. Era el sobrino, hijo adoptivo y sucesor designado por Julio César. Después de la muerte de Julio, Octavio (como se le llamaba entonces) tuvo que luchar para consolidar el control, pero, cuando finalmente aseguró su posición como primer emperador romano, reinó durante más tiempo que todos los Césares descendientes de Julio, desde el año 63 a.C. hasta el 14 d.C. Recibió el nombre de Augusto («Venerable») en el año 27 a.C.
En el Nuevo Testamento sólo se menciona a César Augusto una vez, al principio de la conocida historia de Navidad registrada en Lucas 2:
«Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el mundo habitado»
Lucas 2:1
Como consecuencia de este decreto, José tuvo que volver a su casa ancestral, Belén, y se llevó con él a María, quien ya esperaba al niño Jesús. Mientras estaban allí, en Belén, nació Jesús, tal como había predicho el profeta Miqueas:
«Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad»
Miqueas 5,2
El censo que obligó a José y María a ir a Belén fue el impacto más evidente de César Augusto en la historia bíblica; sin embargo, hay otros hechos relacionados con César Augusto que habrían sido significativos para quienes leyeron los Evangelios en el siglo I.
El problema de los cesares
Octavio recibió el nombre de Augusto, que significa «grande» o «venerable» o «digno de reverencia», lo cual es una insinuación de que era digno de adoración. En el año 42 a.C., el Senado deificó formalmente a Julio César como divus Iulius («el divino Julio»). Esto hizo que, a su hijo adoptivo, Octavio, se le conociera como divi filius («hijo del dios»), título que adoptó Augusto César. Las monedas acuñadas por Augusto mostraban la imagen de César y las inscripciones «Divino César e Hijo de Dios». Una inscripción egipcia considera a Augusto César como una estrella «que brilla con el resplandor del Gran Salvador Celestial». En el año 17 a.C. una estrella poco común apareció en los cielos; Augusto ordenó una celebración, y Virgilio pronunció: «Ha llegado el punto decisivo de las épocas». Durante el reinado de Augusto, explotó la adoración al emperador, especialmente en Asia Menor, que más tarde se convirtió en un centro de persecución de los cristianos. (Asia Menor fue la zona que Pablo recorrió en sus dos primeros viajes misioneros, así como la ubicación de las siete iglesias que reciben cartas en el Apocalipsis).
Por lo que sabemos de Augusto y de la adoración que se le rendía, está claro que Lucas está contando la historia de Jesús de tal manera que a Cristo se le ve como el auténtico poseedor de los títulos atribuidos a Augusto. No es Augusto quien es el Salvador y el Señor, sino «que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor» (Lucas 2,11). No es Augusto, sino Jesús el Hijo de Dios (Lucas 1:32). Y no es con Augusto donde ha llegado el punto decisivo de las épocas, sino con Jesucristo, quien introduce el reino de Dios (Lucas 4:43).
El credo romano decía: «El César es el Señor», sin embargo, el cristiano sólo reconoce a Jesús como Señor. A causa de su larga historia de monoteísmo, a los judíos se les concedió un permiso para no tener que adorar al emperador. Mientras el cristianismo fue considerado una secta del judaísmo, los cristianos también estaban exentos de ser obligados a adorar al emperador romano. No obstante, cuando los judíos comenzaron a denunciar a los cristianos y a expulsarlos de las sinagogas, ya no se les permitió esta excepción. Así pues, el gobierno romano fue el instrumento de la persecución judía en gran parte del Nuevo Testamento. Vemos el primer caso de esto en los cargos presentados contra el propio Jesús (Lucas 23:1-2). Esto volvió a suceder con Pablo y Silas en Tesalónica, donde algunos judíos incrédulos agitaron a la multitud diciendo:
«Todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús»
Hechos 17:7
Augusto César murió poco después del nacimiento de Jesús. Aunque el propio Augusto no reclamó las atribuciones de la deidad, aceptó los títulos divinos como medio de propaganda. Con el desarrollo de la religión romana, el culto al emperador llegó a ser un deber patriótico. El Nuevo Testamento refuta la religión romana en todo momento, proclamando a Jesús, y no al César, como Hijo de Dios y Señor (Marcos 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1). Augusto decretó el censo como mecanismo humano que Dios utilizó para cumplir la profecía sobre el lugar de nacimiento del Mesías. Augusto pensó que estaba tomando la medida de la grandeza de su reino, aunque, en realidad, estaba preparando el escenario para su reemplazo final. También fue bajo Augusto César que se estableció la paz romana, se construyeron carreteras y se estableció una cultura común y estable para que el evangelio pudiera extenderse fácilmente por todo el Imperio Romano.
La soberanía del Plan de Dios
Aunque Augusto y los emperadores que le siguieron pensaron que estaban construyendo su propio reino, simplemente fueron protagonistas sin saberlo y a menudo sin quererlo en la edificación del reino de Dios.
Fuente: https://gotquestions.org/espanol