Lectura: Salmo 42:1-5

Debido quizás a las películas que vimos cuando niños y a muchas de las noticias que se generan desde esa zona del planeta, hemos catalogado al continente africano como uno de los lugares más secos del mundo.

No obstante, al estudiar un poco mejor, descubrimos por ejemplo a “Nairobi”, la capital de Kenia, cuyo nombre se deriva de una frase en Masái que quiere decir “agua fría”, y que también se puede traducir como: “el lugar de las aguas frescas”.

Y es que, a lo largo de la historia, la presencia de agua ha sido tanto vivificadora como estratégica. Ya sea que una persona viva en un clima seco o en un bosque tropical, el agua es una necesidad innegociable. En una región seca y árida, saber dónde encontrar el lugar del agua puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Ahora bien, sin lugar a duda nuestra vida espiritual también tiene ciertos elementos innegociables. Por eso, cuando se encontró con una mujer espiritualmente sedienta junto a un pozo, Jesús le declaró que Él era el único que podía proveerle agua viva: “Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).

Tal como el ciervo del Salmo 42:1-2, que ansía las corrientes de las aguas, nuestra alma tiene sed de Dios y anhela tener comunión con Él (Salmo 63:1).

  1. Necesitamos desesperadamente la provisión que solamente viene de Jesucristo.
  2. Jesús es la fuente de agua viva que renueva nuestro corazón, ven a Él hoy y saciará tu sed espiritual.

HG/MD

“Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).