Lectura: Gálatas 6:6-10

A un joven de la iglesia le pidieron que diera un discurso en la graduación de su escuela secundaria, debido a las buenas calificaciones que había obtenido durante el último año.  Tan sólo tenía 15 minutos para resumir sus incontables historias y anécdotas de su paso por la secundaria, y de paso agradecer a quienes lo habían ayudado durante todo ese proceso.

Antes de su entrada al salón donde se realizaría la graduación, dio un pequeño vistazo; el lugar estaba repleto, había todo tipo de personas de todas las edades: educadores, padres, madres, hermanos y amigos.

Luego de su entrada y de algunos actos protocolarios, llegó la hora de su discurso.  Comenzó mencionando brevemente, a algunas de las muchas personas quienes lo habían ayudado a llegar a ese momento, una profesora quien le había dado siempre buenos consejos; a un hombre de la iglesia quien le había ayudado en las clases de matemáticas, le dio gracias por haberle enseñado disciplina y dedicación al estudio; a una familia de su iglesia que lo trataba como a un hijo más, pues en ocasiones cuando sus padres no podían, sacaban su tiempo para llevarlo a clases y a algunos entrenamientos del equipo deportivo en el cual había participado.

¿Algo en común? Sí, todas eran personas humildes, algunas de ellas creyentes, que se habían ocupado en marcar una diferencia en su vida.

Pablo nos animó a cumplir este principio al decirnos: “hagamos el bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). Podemos ayudar a edificar y moldear la vida de una persona, demostrando nuestro interés y actuando en consecuencia.

  1. Mira a tu alrededor. ¿Hay alguien cuya vida necesita tu ayuda?
  2. No te canses de ayudar a otros, dime si a ti no te hubiera gustado que alguien te ayudara en muchos de los momentos complicados de tu vida.

HG/MD

“No nos cansemos, pues, de hacer el bien porque a su tiempo cosecharemos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).