Lectura: 1 Corintios 13:1-13
Los padres estaban muy angustiados porque una de sus hijas estaba gravemente enferma, incluso estaba en riesgo su vida y necesitaba urgentemente un tratamiento médico que tan sólo podía ser realizado en el extranjero. Para ello solicitaron oración a todas las personas que pudieron, y les pidieron que, si Dios les ponía en sus corazones ayudar a su hija, remitieran un donativo para el tratamiento médico.
Una familia muy conocida por ellos realizó un donativo importante para ayudar con el tratamiento, al recibirlo la pareja se sintió muy contenta pues con ese donativo prácticamente estaba cubierta la cantidad que necesitaban; como muestra de agradecimiento prepararon unas cartas que debían ser entregadas por familiares quienes estaban ayudando con esta tarea.
No obstante, algo pasó, la carta dirigida a la generosa familia se traspapeló y nunca llegó a su destino, ellos luego de un tiempo se dieron cuenta de la existencia de las cartas de agradecimiento, pero la de ellos nunca llegó.
Este sencillo asunto empezó a generar un distanciamiento entre las familias, ya que la familia necesitada creía que se habían enviado todas las cartas, y no entendían por qué se habían apartado de ellos, mientras que la otra familia lo vio como un desaire.
La poderosa palabra “gracias”, se encuentra entre las palabras más importantes que podamos utilizar, y si bien es importante ser agradecido, existe otra cara del agradecimiento. Si le regalamos, obsequiamos o donamos algo a una persona, debemos hacerlo de tal forma que no esperemos nada a cambio, ni siquiera un agradecimiento. El amor da sin esperar nada a cambio.
Tal como lo indica 1 Corintios 13: “El amor tiene paciencia y es bondadoso” (v.4), nunca es interesado. El amor no guarda registro, aun si alguien se olvida de agradecernos por algún acto generoso de nuestra parte.
- El verdadero amor es incondicional.
- Reflejemos el perfecto amor de Dios; así como Él tuvo misericordia de nosotros, tengamos misericordia de otros.
HG/MD
“No es indecoroso, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal” (1 Corintios 13:5).