Lectura: Lucas 2:8-20
¿Acostado en un pesebre? ¿En un lugar donde iban a parir las ovejas? ¿Un lugar que posiblemente estaba sucio y con olores poco agradables? ¡Qué lugar para dar a luz al Mesías! Esa fue la primera experiencia humana de nuestro Salvador, entre malos olores y un lugar tan incómodo. Como sucede con los bebés, tal vez lloró ante el ruido de algunos animales y los movimientos de las personas que le daban la bienvenida a nuestro mundo perdido, junto a su “cuna” tan particular.
Sí, así ocurrió; aquellas fueron las primeras de muchas lágrimas. Jesús llegaría a conocer lo que significan la pérdida y la tristeza humanas, las dudas de sus familiares sobre Él, y el dolor de su madre al verlo torturado y muerto.
Todas estas dificultades, y muchas más, le aguardaban a este bebé que trataba de dormir aquella primera noche. No obstante, desde entonces Jesús fue “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), y supo qué significaba pertenecer a la raza humana. Así seguiría durante algo más de tres décadas, hasta su muerte en la cruz.
Por su amor a ti y a mí, Jesús se hizo plenamente humano. Esto le permite identificarse con nosotros. Nunca podremos volver a decir que nadie nos entiende, ya que Él sí lo hace.
- ¡Qué la Luz verdadera que entró en el mundo aquella noche, ilumine los rincones más profundos de nuestra alma y nos dé esa paz en la Tierra de la que hablaron los ángeles hace tanto tiempo!
- El Señor comprende muy bien por lo que estás pasando, permite que hoy te vea a ti nacer de nuevo y ser uno más de sus hijos (2 Corintios 5:17; Juan 1:12).
HG/MD
“Y lo reconocerán por la siguiente señal: encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre” (Lucas 2:12-NTV)