Lectura: Salmos 31:1-24

Ese no era un día cualquiera, era el día de su boda y el novio estaba en problemas. Una tormenta había dejado inundaciones en el lugar donde vivía. El novio se dirigía a la iglesia cuando su auto no pudo continuar debido a la altura del agua en una intersección, y no conseguía que su auto empezara a funcionar de nuevo.  

Por supuesto, su desesperación iba en aumento, y en un momento dado llegó a agitar billetes a otros coches que pasaban a su lado para que, si conseguían pasar, se detuvieran y le ayudaran a llegar. Finalmente, y justo a tiempo, un conductor se detuvo y lo llevó sin costo al lugar donde se celebraría la boda.

El novio llegó a la iglesia empapado, sin zapatos y llevando su esmoquin en una bolsa de plástico. Treinta minutos más tarde caminaba por el pasillo de la iglesia, con el cabello todavía mojado.

La experiencia de este novio nos debe hacer recordar la vida del rey David. En momentos de alarma, David se sentía como si los cielos se hubieran vuelto en su contra (Sal. 31:22).  

Las circunstancias parecían estar fuera de control.  Se sentía invisible para los demás y tan olvidado como alguien que ya había muerto (v.12).  Sin embargo, sus horas más oscuras, invariablemente, se convirtieron en una ocasión para alabar a Dios (vv.19,23).  Una y otra vez, las pruebas de fe fueron seguidas por las pruebas de la presencia del Señor en su vida.

Como creyentes, nosotros también podemos esperar pruebas en nuestro camino al cielo. No obstante, debemos tener confianza en la capacidad de Dios para proveer exactamente lo que necesitamos, justo a tiempo.

  1. En los momentos de mayor lucha, cuando las olas furiosas nos golpeen, siempre podemos encontrar a nuestro Salvador, Cristo Jesús, quien es refugio para nuestra alma.
  2. El inicio de la liberación de Dios llega a menudo cuando la hora de la prueba es más oscura.

HG/MD

“Inclina a mí tu oído; líbrame pronto. Sé tú mi roca fuerte, mi fortaleza para salvarme” (Salmos 31:2).