Lectura: Efesios 6:10-18
No existen personas a aprueba de tentaciones. Todos y cada uno de nosotros somos susceptibles a la tentación; hasta los creyentes maduros con muchos años en la fe, tienen debilidades en su armadura que los hace vulnerables a los ataques del enemigo, quien desgraciadamente nos conoce muy bien.
Puede ser que no robemos, pero nuestro orgullo por no ser como esos otros pecadores nos hace pecar al igual que los fariseos, ellos decían: “…Dios, te doy gracias que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros…” (Lucas 18:11). El mismo efecto puede causar el amor al dinero, el mal genio, o maltratar a otras personas con palabras de desaliento o simplemente una impaciencia descortés.
¿Qué es la tentación? Es toda seducción que nos hace pensar, o decir palabras que van en contra de la voluntad de Dios, puede ser un débil impulso o uno que sintamos nos domina como una ola que rompe contra nuestro pecho. Podemos concluir que la tentación es cualquier cosa que vaya en contra de lo que Dios aprueba o desea de nosotros.
Los griegos tienen dentro de sus leyendas la historia de Aquiles, quien era un guerrero. A su madre le habían advertido que él moriría por una herida, y ella pensando que lo protegería lo sumergió en las aguas de río Estige, lo cual debía hacerlo invulnerable. Pero de lo que no se percató es que para sumergirlo en las aguas, tenía que tomarlo de un talón y al hacerlo esta parte del cuerpo nunca tocó las aguas; fue justamente en ese talón donde recibió su herida mortal.
Aunque esta es una leyenda inventada, puede que nos sirva para ilustrar el problema del pecado, necesitamos detectar y por lo tanto reconocer nuestras debilidades; esas áreas donde somos débiles y por medio de las cuales podemos caer ante el pecado.
1. El Señor nos proveyó con su armadura (Efesios 6:11); con su escudo podremos “apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:16).
2. Nuestra mayor debilidad puede ser no pedir a Dios por fortaleza y sabiduría para vivir una vida que le agrade.
HG/MD
“Velen y oren, para que no entren en tentación. El espíritu, a la verdad, está dispuesto; pero la carne es débil” (Mateo 26:41)