Lectura: Colosenses 1:1-12

Al final de la Segunda Guerra Mundial se vivieron muchos cambios en el mundo, entre ellos la separación de Alemania en dos, y esto también afectó a su capital: Berlín Este y Berlín Oeste, con su famoso y a la vez triste muro que separó por muchos años a familias y conocidos, entre ellos dos amigas: Nadia y Millicent.  Por algún tiempo mantuvieron la comunicación por medio de cartas, pero luego el gobierno comunista prohibió todo contacto con el occidente.

Luego de la caída del muro en 1989, Millicent, quiso por curiosidad enviar una carta a la dirección que tenía su amiga Nadia, y para sorpresa de ambas, la carta llegó, de esta forma se reanudó una amistad que se había cortado por casi 30 años.  Ambas descubrieron que estaban casadas con doctores y les encantaba coleccionar conchas de mar; cuarenta y ocho años después de su primera carta, aquella amistad había florecido y perdurado a pesar de los obstáculos y la distancia.

Las cartas que escribió el apóstol Pablo también están llenas de emociones, consejos y afecto por sus amigos.  Por ejemplo, en su carta a los Colosenses dice lo siguiente: “Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por ustedes” (1:3) y los anima y exhorta con las siguientes palabras: “para que anden como es digno del Señor a fin de agradarle en todo; de manera que produzcan fruto en toda buena obra y que crezcan en el conocimiento de Dios” (1:10).

Sin duda una amistad es un regalo de Dios, y hay pocas cosas más significativas que la amistad forjada con una persona que comparte nuestra fe en Jesús.  De hecho, Jesús instruye a sus discípulos lo siguiente: “…que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15:12).

  1. Una amistad en Cristo es un tesoro que durará para siempre.
  2. Un amigo verdadero es uno de los mejores regalos que Dios nos puede dar.

HG/MD

“Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por ustedes” (Colosenses 1:3).