Cada fin de año todos nos hacemos propósitos. Por ejemplo, decidimos bajar de peso, y si las posibilidades dan, nos compramos máquinas de ejercicios, las cuales alimentan numerosos negocios de compra y venta a partir de marzo o abril. Muchos de nuestros propósitos son muy sanos, pero se centran más en lo material, y lo peor es que los dejamos de lado al correr los meses.
Quisiera darles un reto que todos debiéramos hacernos no sólo en año nuevo, sino cada día. Este reto está plasmado en la siguiente anécdota:
Un viejo ermitaño, alguien que decidió retirarse de la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a una vida más tranquila, se quejaba a menudo de que tenía demasiado trabajo.
Un día alguien le visitó y le preguntó: – ¿Cómo es posible que tenga tanto trabajo si está solo en medio de la nada?
El ermitaño contestó: –Tengo que adiestrar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y domar un león.
El visitante miró alrededor esperando ver algunos animales, pero no vio a ninguno.
– ¿Y dónde están todos estos animales? Preguntó.
Entonces el ermitaño le dio una explicación que enseguida comprendió: –Estos animales están en nosotros, los tenemos todos los habitantes de este mundo.
Los dos halcones, que son mis ojos, se lanzan sobre toda presa, sea buena o mala, y tengo que domarlos para que sólo se lancen sobre la buena.
Las dos águilas, que con sus garras hieren y destrozan, son mis manos y tengo que entrenarlas para que se dediquen a servir a los demás y para que ayuden sin herir.
Los conejos, que son mis pies, siempre quieren ir a donde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles, y tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya sufrimientos, problemas o cualquier cosa que les cause disgusto.
Aunque es más difícil vigilar a la serpiente, que es mi lengua, porque aunque se encuentra encerrada en una jaula de treinta y dos barrotes, apenas se abre la puerta, siempre está lista para morder y envenenar a todos los que la rodean. Si no la vigilo de cerca, puede hacer mucho daño.
El burro es muy obstinado, nunca quiere cumplir con su deber. Es mi cuerpo que siempre está cansado y al que le cuesta muchísimo asumir y llevar las cargas de cada día.
Y finalmente necesito domar al león, que es mi corazón. Él quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es muy vanidoso y orgulloso. — ¿Te das ahora cuenta del gran trabajo que tengo?
Tenemos un nuevo año, una nueva oportunidad, un cuaderno en blanco que debe ser escrito… ¿Con qué lo llenaremos? Si queremos cosas buenas para nosotros debemos empezar por nosotros mismos, ¿Qué estoy reflejando, cómo uso mis sentidos y miembros de mi cuerpo? ¿Cómo es mi actitud hacia los que me rodean? Pero ante todo, ¿Quién está sentado en el trono de mi vida? ¿Soy yo y todos esos animales que me representan o es quien me ha creado y tiene un propósito para mi vida? ¿Cómo está mi relación con Dios? ¿Es Dios un ser distante, un juez esperando dipsararme un rayo, o un anciano ocupado en cosas “más importantes” que mi vida? O ¿Es Dios su padre amante que quiere enseñarle cada día mediante Su Palabra, cómo debe vivir?
Empiece el año con lo más importante. Acepte el plan de paz de Dios, quien al hacerse humano vino y pagó el precio de su ofensa (Rom.5:1-2). Deje que Él dome esos animales y controle su vida. No luche sólo contra todas esas bestias. Dios le ofrece un cambio desde adentro, le hace una oferta de paz, pagó el precio de esa paz y le ofrece una vida eterna que puede disfrutar desde ya (Juan 3:16; 1Juan 5:12-13).