Lectura: Juan 4:7-26
Gracias a Dios tengo buenos amigos que me han acompañado a lo largo de mi vida, y es que con el tiempo hemos desarrollado una relación casi de hermanos; objetivamente uno de los atributos que más agradezco de ellos es su franqueza.
Por ejemplo, cuando pido su opinión sobre algún tema, normalmente me responden: “No nos pidas nuestra opinión a menos que quieras oírla. No vamos a tratar de decirte lo que deseas escuchar. Te diremos lo que pensamos en verdad”.
Y es que en un mundo donde las palabras se analizan cuidadosamente, su franqueza es renovadora. Esto también caracteriza a un auténtico amigo. Los amigos genuinos nos dicen la verdad con amor… aunque no sea lo que queramos oír. Como declara el proverbio: “Fieles son las heridas que causa el que ama…” (Proverbios 27:6).
Por esta razón, Jesús es el amigo más maravilloso. Por ejemplo, cuando se encontró con la mujer junto al pozo (Juan 4:7-26), rehusó entrar en un estire y encoje sobre cuestiones menores, y se centró en necesidades y asuntos más profundos que pesaban en el corazón de ella. La desafió exponiendo las cualidades del Padre celestial y, con amor, le habló de los sueños rotos y las decepciones que había experimentado.
- En nuestro andar de fe, debemos permitirle a Dios que nos hable a nuestro corazón con toda franqueza por medio de su Palabra y del Espíritu Santo.
- Puedes acudir a Él y su gracia te ayudará en los momentos de necesidad.
HG/MD
“Pero sean hacedores de la palabra, y no solamente oidores engañándose a ustedes mismos” (Santiago 1:22).