Lectura: 2 Corintios 2:12-17

Sin lugar a duda algunos aromas son inolvidables. Hace poco, mi esposa mencionó que se le estaba terminando su perfume favorito. “Yo te lo compro”, le ofrecí. “¿Puedes conseguirlo?” —preguntó mientras me mostraba el frasco—. “Me encanta el perfume; muchas personas me han dicho que les encanta cuando lo uso y a mi papá le gustaba mucho”.

Sonreí al recordar cuando en una ocasión había evocado momentáneamente mi niñez al sentir el olorcito del mismo champú que mi mamá usaba para lavarme el cabello. Tanto para mi esposa como para mí, los olores han desencadenado respuestas emocionales y recuerdos agradables de personas que amábamos y que ya no están.

El poeta norteamericano Oliver Wendell Holmes (1809-1894), escribió lo siguiente: “Los recuerdos, la imaginación, los sentimientos del pasado y las asociaciones se despiertan con más rapidez a través del olfato que por cualquier otro medio”.

Al pensar en esta afirmación me pregunto ¿qué sucedería si nuestra vida tuviera un olor tan particular que atrajera a las personas hacia Dios? En 2 Corintios 2:15, leemos: “Nuestras vidas son la fragancia de Cristo que sube hasta Dios, pero esta fragancia se percibe de una manera diferente por los que se salvan y los que se pierden”

A Dios le agrada nuestra fragancia, la cual hace que las personas sean impulsadas hacia Él o se alejen. Los que hemos entendido el significado del sacrificio de Jesús, tenemos la oportunidad de ser literalmente el “olor de Cristo”, que es un recordatorio de su presencia para quienes nos rodean.

  1. El dulce aroma de la semejanza de Cristo puede ser un atractivo irresistible para quienes anhelan conocer al Salvador.
  2. No obstante, el aroma de la semejanza de Cristo también puede ser un olor horrible para quienes no desean cambiar su torcida manera de andar y prefieren la oscuridad que tener a Dios en sus vidas.

HG/MD

“Nuestras vidas son la fragancia de Cristo que sube hasta Dios, pero esta fragancia se percibe de una manera diferente por los que se salvan y los que se pierden. Para los que se pierden, somos un espantoso olor de muerte y condenación, pero para aquellos que se salvan, somos un perfume que da vida. ¿Y quién es la persona adecuada para semejante tarea?” (2 Corintios 2:15-16).