Lectura: Mateo 21:28-32
Una pareja estaba cenando en un pequeño restaurante de un pueblo en el que estaban de vacaciones. Su encantadora cena fue interrumpida por un borracho que empezó a contar sus historias llenas de situaciones incómodas e inapropiadas.
Aunque sus comentarios eran completamente ofensivos, hubo algo que demostró una profunda verdad en ellos, todo hombre, aun el más pecador, necesita de Dios, aunque con sus acciones traten de demostrar lo contrario.
Muchas personas se refugian en el pecado y sus recompensas engañosas, pero esto sólo demuestra que tienen un vacío en sus vidas que tratan de llenar con cosas temporales. Este borracho parecía estar lejos de Dios, pero sus acciones tan sólo demostraban lo necesitado que estaba de Él.
En el corazón de toda persona existe una conciencia que le recuerda que fue hecho para propósitos más elevados, pero debido a sus malas decisiones, se confunden en las redes del pecado, degradándose y desvalorándose a sí mismos.
Por otra parte, existen otro tipo de personas que esconden su vacío, refugiándose en su propia justicia como lo hacían los fariseos, quienes en su religiosidad creían que se acercaban a Dios pero obtenían lo contrario, haciendo que sus seguidores también se desviaran de la voluntad divina, sustituyéndola por su propia piedad y creencias.
Nuestro Señor dijo unas palabras que aún resuenan fuertemente en la mente de muchas personas: “…De cierto les digo que los publicanos y las prostitutas entran delante de ustedes en el reino de Dios” (Mateo 21:31). Es por ello que quizás ese borracho vulgar, esté más cerca de arrepentirse que los fariseos modernos.
- Dentro de todos nosotros existe un vacío tan grande que sólo Dios puede llenar.
- Aun el pecador más grande merece oír del perdón de Dios. ¿Y tú, estás dispuesto a hablarle?
- El perdón es uno de los mejores regalos de Dios para nosotros. El arrepentimiento debe ser uno de nuestros regalos hacia Dios.
HG/MD
“En él tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7)