Lectura: Salmos 73:21-28

Un ateo quiso aprovechar una oportunidad que según él fue propicia; se encontró con una creyente conocida suya, quien había soportado por bastante tiempo una dura enfermedad que había debilitado su salud, le hizo la siguiente pregunta un tanto incómoda: “¿Qué piensas ahora de tu Dios?”  La mujer inmediatamente respondió: “Ahora pienso de Él lo que pensaba anteriormente, es maravilloso”.

En muchas ocasiones Dios permite que la tristeza visite nuestras vidas, como un medio para acercarnos al corazón de Dios.  Estos momentos no tan agradables, nos quitan la salud, amigos, dinero y condiciones favorables; esto permite que veamos con claridad que Dios es lo único que prevalece en nuestra vida, y debido a ello llegamos a amar a Dios por quien es, no por lo que nos puede dar.

El salmista nos aconseja decir en esos momentos: “¿A quién tengo yo en los cielos? Aparte de ti nada deseo en la tierra” (Salmos 73:25). El camino de la tristeza nos permite poder ver las cosas aún más claras, para que al igual que el salmista declaremos: “Mi cuerpo y mi corazón desfallecen; pero la roca de mi corazón y mi porción es Dios, para siempre” (Salmos 73:26).

Otra cosa que deberíamos tener presente, es que todo en esta vida es temporal, las posesiones, las situaciones, los momentos buenos y malos, tan sólo somos pasajeros en este mundo, nuestro verdadero hogar nos espera en el cielo. “Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4).  Eso debe poner al dolor en la perspectiva correcta.

  1. Cuando no nos queda más que Dios, ahí descubrimos que Él es suficiente.
  2. Entrega a Dios tu dolor y sufrimiento, encontrarás que Él te dará Su incomparable paz (Romanos 15:13).

HG/MD

“¿A quién tengo yo en los cielos? Aparte de ti nada deseo en la tierra” (Salmos 73:25).