Lectura: Salmos 1:1-6
Desde hace algunos años mi interés por las flores ha ido creciendo, hay algo en las flores que a muchos nos atrae, sobre todo debido que nos transmiten paz y gozo con sus colores y aromas. Mientras seguía su diario crecimiento, continuaba aprendiendo sobre las necesidades de aquellos seres vivos: agua, luz y nutrientes que ayudan con su desarrollo.
Los creyentes somos similares a las plantas, debemos echar raíces que puedan penetrar en la tierra, para obtener los nutrientes necesarios que permitan al tronco crecer, las ramas retoñar y esparcirse, las hojas captar los rayos del sol y llevar a cabo la tan necesaria fotosíntesis, todo esto para lograr florecer. Sin embargo; en ocasiones este crecimiento y floración no siempre son evidentes en nuestras vidas, debido que es más sencillo sentirse mal por la rutina de la vida y limitarnos a existir sin movernos hacia la madurez y la verdadera vida fructífera.
Es en esos momentos que como creyentes debemos despertar de nuestro sueño e inactividad y mirar al Señor Jesús, el “Sol de Justicia” (Malaquías 4:2), quien calentará nuestros corazones con su amor. Además, debemos arraigarnos a la Palabra de Dios meditando de día y de noche en Él (Salmos 1:2). Solamente así seremos como ese árbol fructífero que crece fuerte junto a ríos de agua viva, con ramas que retoñan y se extienden para influenciar y cuidar a quienes lo necesitan.
- Si estas inmóvil y sin crecimiento por las situaciones de la vida, es tiempo de crecer, mirar a nuestro Señor y seguirlo.
- Nos deterioramos cuando el crecimiento se detiene.
HG/MD
“Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).