Lectura: Hebreos 12:3-11
En su clásico libro Mero Cristianismo, C. S. Lewis (1898-1963) escribió lo siguiente: “Cuando era niño solía tener dolor de muelas; sabía que si se lo decía a mi madre ella me daría algo para calmar el dolor durante esa noche y que me pudiera dormir. Sin embargo, no recurría a ella, al menos no hasta que el dolor era muy fuerte […]. Sabía que, al día siguiente, me llevaría al dentista […]. Yo quería que mi dolor se aliviara de inmediato, pero no podía conseguirlo hasta que me arreglaran el diente en forma permanente”.
Lo mismo sucede cuando no queremos dirigirnos a Dios de inmediato cuando tenemos un problema o luchamos en una determinada área. Sabemos que podría aliviar al instante nuestro dolor, pero a Él le interesa más ocuparse de la raíz del problema, y es por lo que tememos que nos revele cuestiones para las que no estamos preparados o que simplemente no queremos resolver.
Cuando esto sucede, es necesario que recordemos que el Señor nos “trata como a hijos” (Hebreos 12:7). Aunque su disciplina pueda parecer dolorosa, también es sabia, y su toque está lleno de amor.
- El Señor nos ama demasiado como para dejarnos como estamos; desea conformarnos a la semejanza de su Hijo Jesús (Romanos 8:29).
- Podemos confiar más en los propósitos amorosos de Dios que en nuestra sensación de miedo.
HG/MD
“Permanezcan bajo la disciplina; Dios los está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina?” (Hebreos 12:7).