Lectura: Juan 20:11-18
La mañana era fría y la tristeza inundaba su alma, en sus adentros se decía, posiblemente la maldad ha vencido, no volveré a oír las palabras de vida, no volveré a escuchar sus pasos que a donde lo llevaran desbordaba esperanza.
Entonces, sin esperarlo Jesús apareció, pero en medio del dolor que la embargaba, María Magdalena confundió a su Señor con el jardinero de aquellos huertos; sin embargo, cuando de su boca salió el sonido pronunciando el nombre de la mujer, de inmediato ella recordó su perdón, sus conversaciones, sus enseñanzas, su dolor; no podía ser, era Su ¡Roboni!, que en arameo significa Maestro, dando un ejemplo de lo que el Señor mismo dijo en Juan 10:27: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”.
Muchas personas me han preguntado si nos reconoceremos en el cielo, y mi respuesta es que, tal como María reconoció a su Maestro, también nosotros reconoceremos y seremos reconocidos. Los seguidores de Jesús lo reconocieron con su cuerpo glorificado (Juan 20:19-20). Y un día también nosotros tendremos un cuerpo renovado, un cuerpo celestial (1 Corintios 15:42-49; 1 Juan 3:2).
“Regocíjense…”, dijo el Señor a sus discípulos, “…de que sus nombres están inscritos en los cielos” (Lucas 10:20). Un día volveremos a oír las voces de nuestros seres amados que depositaron su fe en Jesús, voces que de momento están silenciadas por el velo de la muerte. Y lo más maravilloso de todo es que oiremos nuestro nombre pronunciado por la misma boca de Dios, y al igual que María Magdalena, diremos: “Mi maestro”.
- Decir “adiós” es parte del triste final de una vida aquí en la tierra, pero los reencuentros serán las alegres continuaciones de tus viajes eternos en el cielo.
- Decir “mi maestro” a Jesús, está reservado sólo para aquellos que han puesto su fe en la obra salvadora del Señor, hoy puede ser el día en que empieces a decirle Maestro a Jesús, ¿Qué estás esperando?
HG/MD
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27).