Mártires de la FE

Wiliam Simpson, Tibet (1901-1932)

El señor Simpson recibió el terrible mensaje.  Su hijo misionero William, quien había construido una pequeña escuela en la frontera del Tibet donde le había estado enseñando la Palabra de Dios a los niños, había sufrido un ataque de un grupo radical.  El padre de William vivía cerca viajó tan rápido como pudo y se trasladó a la escuela de su hijo, al llegar buscó por todas partes, en ese momento los recuerdos su hijo y del ministerio que tanto amaba, empezaron a inundar su mente.

William durante esos años había desarrollado un ministerio de enseñanza, que en ocasiones le demandaba cabalgar en caballo cientos de kilómetros, todo esto con el fin de llevar el evangelio a diversos pueblos del Tibet. 

En los últimos meses de su ministerio, habían recibido noticias de que fanáticos musulmanes radicalizados habían realizado masacres que según números conversadores llegaban a los 50 mil muertos, pero esto no había ahuyentado a su hijo.

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Ultima fotografía de William E. Simpson antes de que fuera asesinado

William llevaba un diario en el que escribió lo siguiente: “Todas las pruebas, la soledad, la pena, el dolor, el frío y la fatiga del largo viaje, los desánimos y todas las aflicciones, tentaciones y pruebas no parecen dignas de ser comparadas con la gloria y el gozo de testificar estas buenas nuevas de gran gozo”.

El padre de William siguió su recorrido con lentitud por la propiedad donde estaba ubicada la escuela, todo estaba destruido, prácticamente en ruinas, y su caminar en medio de todo aquel campo de desolación le llevó hasta una esquina donde yacía el cuerpo de su hijo mutilado y arrojado entre los escombros.  Más tarde se enteraron que una horda de desertores del ejército con tendencias radicales musulmanas había cometido aquella barbaridad contra la escuela y su hijo, sin mostrar ningún tipo de misericordia.

Como misionero el sr. Simpson, estaba muy orgullo del ejemplo de Cristo, que había sido su hijo William para otros.  Bajo el cuerpo de su hijo, hallaron un pedazo de papel manchado de sangre, y leyó las palabras muy apropiadas: “En memoria de mí” (1 Corintios 11:24-25).

Existen monumentos esparcidos a través de todo el mundo, y cada uno de ellos conmemora un acto de heroísmo, valentía o sacrificio personal en medio de pruebas.  Las personas de todas las épocas en la historia han erigido monumentos y recordatorios.  Es parte de la naturaleza humana.  No deseamos olvidar a los que pagaron el precio máximo mientras preservaban nuestros ideales de libertad, justicia, amor y honor.  Nuestros corazones contienen los recuerdos de mártires cristianos que murieron por la causa de Cristo y Su evangelio.  En sus funerales no se rindieron honores militares.  Ninguna estatua se erigió en el lugar de su muerte.  Pero, aun así, leemos sus historias y prometemos que nunca vamos a olvidar su ejemplo y su amor por Jesús.

Hoy dediquemos un momento de nuestro día para recordarlos y alabar a Dios porque les permitió ser parte de Su Plan, así como nosotros podemos ser ejemplo de su amor al aprovechar la oportunidad de hablar de Cristo a todo aquel quien lo necesite, inclusive si esto nos llegara a costar la vida

Adaptado de Devoción Extrema, pag.132
https://ifphc.wordpress.com/2013/07/23/wesimpson/