Lectura: Génesis 12:1-4; 21:1-7
Seguramente has dicho alguna vez con un aire de tristeza o de rabia: “Promesas, tan sólo promesas”. Esto suele ocurrir cuando alguien nos desilusiona o no cumple con su palabra. Cuanto más nos importe nuestra relación con esa persona o su promesa, mayor será la tristeza y la frustración.
Y tú, ¿has sentido que Dios no ha cumplido alguna de sus promesas? Cuando le das cabida a este sentimiento, se instala en tu corazón de manera sutil y sus efectos pueden ser desastrosos para tu vida de fe.
En la lectura devocional nos encontramos con una situación similar; luego de que Dios le había prometido a Abraham: “haré de ti una gran nación” (Génesis 12:2), pasaron unos largos 25 años antes del nacimiento de su hijo Isaac (Génesis 21:5). Y al igual que muchos de nosotros, él cuestionó a Dios, porque ese hijo prometido no llegaba (Génesis 15:2), y su frustración llegó a tal punto, que recurrió a ser padre por medio de la sierva de su esposa (Génesis 16:15).
No obstante, y a pesar de sus altibajos, Dios continuaba recordándole que le había prometido un hijo, entre tanto, lo motivaba a seguirle fielmente y a creer en Él (Génesis 17:1-2).
Cuando le reclamas a Dios por alguna de sus tantas promesas que Él dejó en Su Palabra, como darte Su paz (Filipenses 4:7), coraje (Santiago 4:8) o la provisión necesaria para cubrir tus necesidades básicas (1 Timoteo 6:3-8), no estás recordando que te encuentras en Sus manos y, por lo tanto, debes ajustarte a Su voluntad y plazos.
- Dios no se ha olvidado de ti. Debes comprender que parte de tu andar de fe, requiere de tener confianza en que Él sabe lo que es mejor para ti.
- Las promesas de Dios para nuestros días no son mentiras de hombres; al aferrarte a ellas y demostrarlo con tus actos, estás confirmando que has creído en un Dios verdadero y fiel.
HG/MD
“La fe es la constancia de las cosas que se esperan, la comprobación de los hechos que no se ven.” (Hebreos 11:1).