Lectura: Salmos 136:1-26
No te hace falta vivir muchos años en esta tierra, para aprender una de las principales realidades: aquí nada perdura para siempre, y esto lo aprendes desde niño: tu juguete favorito con el tiempo se dañó, o las baterías se desgastaron y nunca más volvieron a comprarte otras, tus zapatos favoritos se desgastaron, tu mascota adorada el día que menos esperabas se perdió, o murió.
Cuando llegas a la adolescencia no cambia esa realidad: la persona de la cual estabas muy, pero muy enamorado(a), un día te dejó por otra persona; tu cutis perfecto, se empezó a dañar con el acné, o tu banda favorita se separó.
Cuando te vuelves adulto, tampoco es muy diferente: a ese auto por el que tanto trabajaste, le rayaron la pintura en un estacionamiento, o la ropa que tanto te gustaba ya no luce como el primer día, el techo de tu casa comenzó a gotear durante una gran tormenta, y tristemente las relaciones que pensabas durarían para siempre, a menudo han entrado en crisis y en algunos casos han acabado.
Nada en este mundo dura para siempre… solo la misericordia de Dios es eterna. En nuestra lectura devocional leímos el Salmo 136, el cual nos recuerda esta inspiradora verdad 26 veces. Esta insistente verdad presentada en este hermoso Salmo, es para recordarnos la razón por la cual debemos alabar al Señor: porque para siempre es Su misericordia.
Toma un momento para meditar en esta tremenda realidad y lo que implica. Cuando pecas y necesitas de Su perdón, para siempre es Su misericordia. Cuando tu vida parece estar en un atolladero del cual no parece haber salida, debes recordar que para siempre es Su misericordia; cuando no encuentras a nadie que pueda ayudarte, es tiempo de reconocer que para siempre es Su misericordia. Cuando te visita la enfermedad di, para siempre es Su misericordia.
Sin importar lo abrumadora de la situación por la cual estés pasando, siempre puedes acudir a nuestro amado Señor, porque para siempre es Su misericordia, fresca y nueva cada día.
1. No existe ningún problema que dure más que la eterna misericordia de nuestro Señor.
2. El corazón de Dios siempre rebosa de misericordia.
HG/MD
“Alaben al Señor, porque es bueno: ¡Porque para siempre es su misericordia!” (Salmos 136:1).