Lectura: Mateo 12:33-37
En los años 80’s, Harvey LeRoy “Lee” Atwater (1951-1991) trabajó como consultor y estratega de campaña para varios candidatos republicanos quienes luchaban por llegar a la presidencia de los Estados Unidos. En una de esas contiendas políticas, su equipo se enteró que el candidato al Congreso de un partido opositor, había pasado por una severa depresión años atrás, y los doctores de la época lo habían sometido a una terapia con electrochoques.
Al saber esto, sin importarte el posible sufrimiento que causaría, Atwater lo dio a conocer creyendo que de esta forma desacreditaría su capacidad. Cuando el hombre cuestionó la ética de Atwater, él respondió de forma sarcástica: “No tengo intención de contestarle a un hombre que estuvo conectado a un cable eléctrico”.
Diez años más tarde, a Atwater le encontraron un tumor cerebral incurable, y por mucho tiempo estuvo conectado a máquinas, tubos y alambres. Antes de morir escribió una carta de disculpa a la persona a quien había ofendido; en ella reconoció lo crueles e hirientes que habían sido sus palabras.
La mayoría de las veces no somos conscientes de las terribles consecuencias que pueden tener unas simples palabras, podemos herir a nuestros seres queridos, destruir una reputación, ofender a personas que piensan de forma diferente a nosotros, etc. Como creyentes en Jesús, debemos medir el impacto de nuestras palabras antes de pronunciarlas. Las palabras sin control, airadas y llenas de odio, pueden causar un daño irreparable por el cual deberemos rendir cuentas (Mateo 12:36-37).
- Si has tenido problemas con tus palabras, pide ayuda a Dios para que te guíe a escoger las palabras correctas y verdaderas, que no causen heridas ni malestar a quienes te rodean.
- Piensa siempre antes de actuar, y piensa muchas más veces antes de hablar.
HG/MD
“Pero yo les digo que en el día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra ociosa que hablen. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36-37).