Lectura: Salmos 141:1-10
Ya hace algunos años que comencé a utilizar anteojos, y ahora que el tiempo ha pasado, se han vuelto un objeto imprescindible en mi vida y trabajo.
Cuando era más joven pensaba que los anteojos eran una molestia, que me hacían ver más viejo y no eran algo que en verdad necesitaba, pero con el tiempo entendí que no era así, principalmente una vez que me quedé sin mis lentes por unas semanas al romperse los aros que los sostenían, en ese tiempo veía todo distorsionado.
En nuestra vida, el dolor a menudo funciona como esos anteojos quebrados. Crea un conflicto entre lo que experimentamos y lo que creemos.
El dolor hace que la mayoría de las veces tengamos una perspectiva distorsionada de la vida y por supuesto también de Dios. Cuando esto ocurre debemos pedir a Dios que nos provea de “nuevos” lentes que nos ayuden a ver todo de nuevo con claridad.
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Esa claridad en la vida cristiana tan sólo se consigue cuando volvemos nuestros ojos al Señor, tal como lo dijo el salmista: “Por eso, oh Señor Dios, hacia ti miran mis ojos. En ti me refugio; no expongas mi vida” (Salmos 141:8). Tener una visión correcta de Dios, nos hará comprender mejor las experiencias, como el sufrimiento y las dificultades de la vida.
- Volvamos nuestros ojos a Dios, esto nos ayudará a ver mejor el camino por el cual transitamos.
- Al enfocarnos en Cristo, nuestra perspectiva de la vida mejorará de manera sin igual.
HG/MD
“Por eso, oh Señor Dios, hacia ti miran mis ojos. En ti me refugio; no expongas mi vida” (Salmos 141:8).