Lectura: Romanos 5:6-11
Corrían los días de la terrible Primera Guerra Mundial, eran los días anteriores a la Navidad y el combate era fiero; en uno de sus frentes de batalla, un soldado alemán salió de la trinchera e intentó correr frente a las líneas enemigas, pero en su desesperado intento, resultó que una bala lo alcanzó y cayó gravemente herido. En esta condición intentó arrastrarse hacia un lugar seguro, pero para su desdicha quedó enredado con los alambres de púas. Cuando sus gritos de dolor se transformaron en quejidos, un soldado norteamericano salió de su trinchera y lenta y cuidadosamente, se acercó a su enemigo herido.
Cuando los comandantes de los bandos opuestos observaron lo que sucedía, ordenaron a sus tropas un cese inmediato del fuego. Ese fue un momento extraño, todo el ruido de la batalla fue sustituido por un silencio estresante; en medio de toda aquella escena el norteamericano, liberó y auxilió al alemán herido, y lo llevó a los brazos de sus compañeros, que lo estaban esperando con el encargado de los primeros auxilios. El cese al fuego permaneció hasta que el norteamericano volvió a su trinchera.
Esta es una historia inspiradora, digna de ser recordada y contada en la posteridad; sin embargo, hay otra historia aún más dramática. Cruzó hacia territorio enemigo, para rescatarnos de la muerte segura que enfrentábamos, pero en esta historia no hubo un cese al fuego, la batalla se enfureció aún más, las tácticas sucias salieron a la luz, la humillación se hizo presente, lo golpearon, difamaron, capturaron, enjuiciaron y condenaron siendo inocente, todo por querer rescatar al que estaba herido de muerte. Él aceptó el precio de muerte que había por nuestro pecado. El apóstol Pablo lo describió de la siguiente forma: “porque, aun siendo nosotros débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos” (Romanos 5:6) esta es la historia real de Jesús.
- En estos agitados tiempos navideños, apartemos más que un breve momento para recordar la asombrosa misión de rescate que nuestro Señor realizó por nosotros los pecadores. De verdad no merecíamos ser salvos; no obstante, Él nació y cumplió la misión de morir y darnos con ello la vida que nos mostró, si le seguimos como sus discípulos.
- Con el nacimiento de Cristo, Dios llegó al hombre; y la muerte de Cristo llevó a Dios al hombre arrepentido.
HG/MD
“Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuánto más, ya reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:10)