Lectura: Salmos 138:1-8

De una u otra forma todos poseemos defectos en nuestra personalidad y puntos débiles en lo que respecta a nuestro carácter.  Tenemos tendencias en nuestra vida que nos acercan al egoísmo, nos hacen actuar con  soberbia, algunas veces con irresponsabilidad e impaciencia y defendemos nuestro derecho a la venganza, todo ello debido al pecado que nos acecha y contra el cual luchamos.

No obstante, si reconocemos el perjuicio que nos trae esos pecados, admitimos nuestra debilidad, buscamos la ayuda de Dios y ponemos a Jesús en primer lugar en nuestras vidas, podremos experimentar Su gracia y fortaleza.

También en la naturaleza vemos ejemplificada esta batalla. Veamos el ejemplo de la formación de los cristales, entre los cuales tenemos muchas de las piedras preciosas que más atesoramos por su valor.  Cada tipo de piedra preciosa tiene su propia forma y apariencia.  Contiene una composición atómica particular donde sus átomos se alinean en perfecta sincronía.  Sin embargo, en muchas ocasiones cuando son debidamente trabajadas por el lapidario, quien es la persona que tiene por oficio labrar piedras preciosas, ese ajuste perfecto se ve afectado y surgen pequeñas imperfecciones que le brindan a la piedra carácter y la hacen particular.

Todos debemos pasar por las manos perfectas del Señor, con el fin de que nuestros defectos y debilidades sean removidos y labrados; que tan sólo queden como recordatorios de nuestra incapacidad como seres humanos y evidencien nuestra dependencia en un Señor y Salvador.

  1. El Salmo 138:8 dice lo siguiente: “El Señor cumplirá su propósito en mí. Oh Señor, tu misericordia es para siempre; no desampares la obra de tus manos”. Deposita tu confianza en Dios para que tus imperfecciones sean tan sólo una vieja historia de cómo el Señor puede trabajar en una vida entregada a Él.
  1. Nuestro Dios es el único experto en transformar almas dañadas por el pecado, trayendo a la vida obras maestras de Su gracia.

 

HG/MD

“El Señor cumplirá su propósito en mí. Oh Señor, tu misericordia es para siempre; no desampares la obra de tus manos” (Salmos 138:8