Lectura: Salmos 37:1-11

Era la mitad de la noche, cuando una terrible tormenta azotó el barco vacacional; a pesar de su gran tamaño se mecía de un lugar a otro, la tripulación había corrido para amarrar literalmente todo el mobiliario por cuestiones de seguridad, los pasajeros habían sido confinados a sus camarotes para que permanecieran seguros.  Muchos temieron esa noche, que aquel enorme barco fuera su tumba submarina.

Uno de los pasajeros decidió desobedecer la orden de permanecer en su camarote y aferrándose a las paredes y los pasamanos, llegó hasta la cubierta donde la tormenta azotaba con toda su fuerza.  Notó que el barco se encontraba cerca de tierra, pero que también estaba peligrosamente cerca de un grupo de rocas afiladas.  Parecía que el capitán intentaba desesperadamente llegar a la seguridad de una bahía que estaba detrás de aquellas terribles rocas.

El capitán se dio cuenta de la presencia de la persona en la cubierta del barco, y al saber que en medio de toda aquella tormenta no le oiría, se limitó a mirarlo sonreírle e indicarle con su mano que debía bajar a los camarotes.  El pasajero se sintió más tranquilo y regresó a la seguridad de su camarote; les comunicó a otros que intentaban salir que no se preocuparan, que todo estaba bien: “He visto el rostro del capitán y lo vi sonriendo”.

Cuando nos azoten las tormentas de la vida, puede que nos sintamos desesperados y sin esperanza.  Es ahí donde debemos mirar a nuestro Capitán (Colosenses 3:1-4) y encomendarle nuestro camino (Salmos 37:5), solamente así empezaremos a disfrutar de Su paz aun en medio de la mayor de las tormentas.

1. Podremos confiar en que Jesús nos acompañará y nos dará su paz en medio de las tormentas de la vida.

2. Dios puede calmar la tormenta que hay a tu alrededor, pero por lo general calmará antes la tormenta que hay en tu interior.

HG/MD

“Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él hará” (Salmos 37:5).