Lectura: Números 4:17-32

Algunos jóvenes que asistían a nuestra iglesia trabajaban realizando entregas para una mueblería.  En ese lugar también trabajaba una mujer que era decoradora de interiores, cuya labor se centraba en hablar con los compradores para realizar las recomendaciones de muebles para sus casas.

Parte del trabajo de los jóvenes era llevar los muebles y colocarlos dentro de la casa del comprador, aunque a veces tenían que subir varios pisos; cuando esto pasaba decían: “¡Cuánto deseáramos hacer la tarea de la decoradora en lugar de la nuestra!”.  No obstante, debido a su compromiso con el Señor y con su jefe, ellos estaban comprometidos a realizar un trabajo de excelencia.

El pueblo de Israel peregrinó en el desierto durante 40 años, y a tres familias de la tribu sacerdotal de Leví se les asignó la importante tarea de transportar el tabernáculo. Lo armaban, lo desarmaban y lo llevaban al siguiente lugar; repetían el proceso una y otra vez. La descripción de su tarea era sencilla: “los utensilios que ellos tienen la responsabilidad de transportar” (Números 4:32).

Es interesante pensar en que posiblemente alguna vez esos “custodios” envidiaron el trabajo de los “sacerdotes”, quienes ofrecían sacrificios e incienso con esos utensilios santos (Números 4:4-5, 15). Seguramente, esa tarea parecía mucho “más fácil y prestigiosa”; sin embargo, ambas asignaciones eran muy importantes y procedían del Señor.

La mayoría de las veces no podemos elegir el trabajo que hacemos, pero sí que podemos controlar con cuál actitud lo llevaremos a cabo.  Todo lo debemos hacer para la gloria de Dios.

1. Sin importar el trabajo que hagamos debemos hacerlo bien.
2. La medida de nuestro servicio a Dios es cómo lo hacemos.

HG/MD

“Por tanto, ya sea que coman o beban, o que hagan otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).