Lectura: Deuteronomio 4:9-14
Unos amigos tienen un ministerio que está enfocado en alcanzar territorios indígenas. Ellos nos contaron la historia de una familia que, aunque viven a muchos kilómetros de donde se reúnen, asisten muy fielmente todas las semanas para oír las lecciones de la Palabra de Dios.
Una semana el clima estuvo muy complicado, lo que les imposibilitó asistir a la reunión. No obstante, a la siguiente semana, sabiendo que mis amigos llegan siempre un par de horas antes de empezar la reunión, llegaron muy temprano, tres horas antes, y esperaron que ellos llegaran. Cuando los vieron, les preguntaron por qué habían madrugado tanto, ellos les dijeron que cómo no habían podido asistir la semana anterior, querían ver la posibilidad de que ellos les dieran la lección que no habían podido recibir, pues no querían perderse de nada.
Esta actitud me hizo pensar que, cuando queremos aprender y escuchamos detenidamente el relato de las Escrituras inspiradas, honramos al Señor.
En Deuteronomio 4, Moisés animó a los israelitas a escuchar atentamente las normas y reglamentos que estaba enseñándoles (Deuteronomio 4:1). Les recordó que la fuente inspiradora de esas instrucciones es Dios mismo, quien se las había hablado “de en medio del fuego” en Sinaí (Deuteronomio 4:12). “Él les declaró su pacto, el cual les mandó poner por obra…” (Deuteronomio 4:13).
El deseo de aquella familia de escuchar y aprender acerca de la Palabra de Dios nos debe motivar a tener un deseo similar. El apóstol Pablo nos recuerda en 2 Timoteo 3:15-16, que la Escritura es inspirada y se nos dio para que crezcamos espiritualmente y para que nos vaya bien; así como para hacernos sabios en la salvación y los caminos de Dios.
- Señor, danos el deseo de escuchar y entender las verdades de tu Palabra.
- Aprovechemos el privilegio que tenemos de abrir la Palabra de Dios para estudiarla, hay muchos que desearían tener tal privilegio y no pueden.
HG/MD
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia” (2 Timoteo 3:16).
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