Lectura: Deuteronomio 30:11-20

En algún momento de nuestra vida todos los creyentes nos hacemos esta simple pero profunda pregunta: ¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida? Esta pregunta viene acompañada por muchas otras: ¿Qué pasa si no lo descubro, si no la reconozco? ¿Estaré haciendo lo suficiente para cumplirla? 

Muchas veces pensamos que la voluntad de Dios es similar a una aguja en un pajar: escondida, confundida con las cosas parecidas, detrás de un sinnúmero de posibilidades, algunas de ellas incorrectas. No obstante, esto ocurre cuando nuestro concepto de la voluntad de Dios está equivocado, debido a que también lo está nuestra perspectiva acerca de Él.

Al Señor no le agrada vernos perdidos, vagando, ni buscando, más bien quiere que conozcamos su voluntad. Por eso, siempre lo ha presentado de una manera clara y simple. Ni siquiera presenta varias opciones, solamente da dos: “vida y bien” o “muerte y mal” (Deuteronomio 30:15). En caso de que no quede claro cuál es la mejor elección, también nos dice qué elegir: “Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes” (v. 19). Escoger la vida es optar por Dios y por obedecer su Palabra.

En el último discurso a los israelitas, Moisés les rogó que tomaran la mejor decisión: “…poner por obra todas las palabras de esta ley. Porque no son palabras vanas; pues son la vida de ustedes…” (32:46-47).

La voluntad de Dios para nosotros es la vida. Su Palabra es vida, y Jesús es la Palabra y la vida eterna. Tal vez Dios no nos da una receta para tomar todas las decisiones, pero sí nos ha dejado un ejemplo perfecto para seguir: Jesús.

  1. Aunque la decisión correcta no sea la más fácil, cuando la Palabra es nuestra guía y la adoración nuestra meta, Dios nos concede sabiduría para tomar buenas decisiones de vida.
  2. ¡Escoge bien, escoge la vida en Jesús!

HG/MD

“Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y si crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación” (Romanos 10:8-10).