Estar enojado con Dios es algo con lo que mucha gente, tanto creyentes como no creyentes, ha luchado a través del tiempo. Cuando sucede algo trágico en nuestra vida, le preguntamos a Dios, “¿Por qué?” porque esa es nuestra reacción natural. Sin embargo, lo que realmente le estamos preguntando, no es tanto el “¿Por qué, Dios?” sino “¿Por qué yo, Dios?” Esta reacción indica dos defectos en nuestro razonamiento. Primero, como creyentes, operamos bajo la impresión de que la vida debe ser fácil, y que Dios debe evitar que nos suceda cualquier tragedia. Cuando Él no lo hace, nos enojamos con Él. Segundo, cuando no comprendemos la extensión de la soberanía de Dios, perdemos confianza en Su habilidad para controlar las circunstancias, la gente, y la manera en que éstas nos afectan. Después nos enojamos con Dios porque nos parece que Él ha perdido el control del universo y especialmente el control sobre nuestras vidas. Cuando perdemos la fe en la soberanía de Dios, es porque nuestra frágil humanidad está lidiando con nuestra propia frustración, y nuestra falta de control sobre los acontecimientos. Cuando suceden cosas buenas, a menudo las atribuimos a nuestros logros y éxito. Sin embargo, cuando suceden cosas malas, somos prontos para culpar a Dios, y nos enojamos con Él por no haberlas evitado, lo cual indica el primer defecto en nuestro razonamiento – que merecemos ser inmunes a circunstancias desagradables.
Las tragedias traen al hogar la terrible verdad de que no estamos en control. Todos nosotros pensamos en uno u otro momento que podemos controlar el resultado de las situaciones, pero en realidad es Dios quien está a cargo de toda Su creación. Todo lo que sucede es causado o permitido por Dios. Ni un pajarillo, ni un cabello de nuestra cabeza cae a tierra sin el conocimiento de Dios (Mateo 10:29-31). Podemos quejarnos, enojarnos, y culpar a Dios por lo que nos sucede. Sin embargo, si confiamos en Él y rendimos ante Él nuestro dolor y amargura, reconociendo nuestro pecado de soberbia, al tratar de forzar nuestra voluntad sobre la Suya, Él puede y nos brindará Su paz y fortaleza para pasar a través de cualquier situación difícil (1 Corintios 10:13). Muchos creyentes en Cristo pueden dar testimonio de ese mismo hecho. Podemos estar enojados con Dios por muchas razones, así que todos debemos aceptar en algún momento que hay cosas que no podemos controlar o aún entender con nuestra mente finita.
La soberanía de Dios
Nuestra comprensión de la soberanía de Dios en todas las circunstancias, debe estar acompañada por nuestro entendimiento de Sus otros atributos; amor, misericordia, bondad, benignidad, justicia y santidad. Cuando vemos nuestras dificultades a través de la verdad de la Palabra de Dios –la cual nos dice que nuestro amoroso y santo Dios hace que todas las cosas sucedan para nuestro bien (Romanos 8:28), y que Él tiene un plan perfecto y un propósito para nosotros que no puede ser frustrado (Isaías 14:24; 46:9-10) – comenzamos a ver nuestros problemas en una luz diferente. También sabemos por la Escritura, que esta vida nunca será de continuo gozo y felicidad. Más bien, Job nos recuerda que “…como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción.” (Job 5:7), y que esta vida es corta y “hastiada de sinsabores” (Job 14:1). Sólo porque venimos a Cristo para la salvación y el perdón de los pecados, no significa que se nos garantice una vida libre de problemas. De hecho, Jesús dijo, “En el mundo tendréis aflicción,” pero Él ya ha “vencido al mundo” (Juan 16:33), lo que nos permite tener paz interior, a pesar de las tormentas que rujan a nuestro alrededor (Juan 14:27).
La ira inapropiada es pecado
Una cosa es cierta: la ira inapropiada es pecado (Gálatas 5:20; Efesios 4:26-27, 31 y Colosenses 3:8). La ira impía es autodestructiva, le da lugar al diablo en nuestras vidas, y puede destruir nuestro gozo y paz si nos aferramos a ella. Al aferrarnos a nuestra ira, permitimos que la amargura y el resentimiento broten en nuestros corazones. Debemos confesarla al Señor, y así con Su perdón, podremos entregarle esos sentimientos a Él. Debemos ir frecuentemente ante el Señor en oración con nuestra pena, ira y dolor. La Biblia nos dice en 2 Samuel 12:15-23 que David fue ante el trono de gracia pidiendo por su bebé enfermo, ayunando, llorando y orando para que sobreviviera. Cuando el bebé murió, David se levantó y adoró al Señor, diciéndoles luego a sus siervos que él sabía dónde estaba su bebé y que algún día él estaría con él en la presencia de Dios. David lloró ante el Señor durante la enfermedad de su bebé, y después él se inclinó ante Él en adoración. Este es un maravilloso testimonio. Dios conoce nuestros corazones, y no tiene caso tratar de ocultar lo que realmente sentimos. Así que el hablar con Él acerca de ello, es una de las mejores formas de manejar nuestra pena. Si lo hacemos humildemente, derramando nuestros corazones ante Él, Él obrará a través de nosotros, y en el proceso, nos haremos más semejantes a Él.
¿Podemos confiar en Dios?
La conclusión es ¿podemos confiarle todo a Dios, nuestras mismas vidas y las vidas de nuestros seres queridos? ¡Desde luego que sí! Nuestro Dios es compasivo, lleno de gracia y amor, y como discípulos de Cristo, podemos confiarle todas las cosas. Cuando algo trágico nos sucede, sabemos que Dios puede usarlo para atraernos más cerca de Él y fortalecer nuestra fe, que nos lleva a la madurez y plenitud (Salmos 34:18; Santiago 1:2.4). Entonces, podemos convertirnos en un testimonio de consuelo para otros (2 Corintios 1:3-5). Sin embargo, eso es más fácil decirlo que hacerlo. Se requiere una diaria sujeción de nuestra propia voluntad a la de Dios, un fiel estudio de Sus atributos como se ven en la Palabra de Dios, mucha oración, y posteriormente aplicar lo que aprendamos a nuestra propia situación. Al hacerlo, nuestra fe crecerá y madurará progresivamente, haciendo más fácil el confiar en Él para que nos guíe a través de la siguiente tragedia que casi seguramente llegará.
Así que, para responder directamente la pregunta; sí, está mal estar enojado con Dios. Enojarse con Dios es el resultado de una inhabilidad o falta de disposición para confiar en Dios, aún cuando no entendamos lo que Él esté haciendo. El enojarnos con Dios es en esencia decirle a Dios que Él ha hecho algo malo, lo cual es imposible. ¿Entiende Dios cuando estamos enojados, frustrados o desilusionados con Él? Sí, Él conoce nuestros corazones y sabe cuán difícil y dolorosa puede ser la vida en este mundo. ¿Esto hace que esté bien estar enojado con Dios? Absolutamente no. En lugar de estar enojados con Dios, deberíamos derramar nuestros corazones ante Él en oración y luego confiar en que Él está en control de todo y que Su plan es perfecto.
Adaptado de: Gotquestions.org