Lectura: Salmos 19:1-14
Una pequeña rana se preguntaba siempre como podría librarse del clima frío del crudo invierno. Unos gansos que se habían convertido en buenos amigos le dijeron: “Emigra con nosotros”, pero había un pequeño detalle en esta invitación, la rana no sabía volar.
Sin embargo, la rana no se desanimó y dijo para sí, “tengo un gran cerebro, voy a usarlo para resolver esta situación”; así que luego de pensar un momento, les pidió a dos de sus amigos gansos que le ayudaran a recoger una caña fuerte, sujetando cada cual un extremo con las patas, la idea de la rana era sostenerse a la caña fuertemente con su boca.
Sin pensar mucho más, las aves hicieron lo solicitado, así que pronto ellas y la rana comenzaron su extraña travesía. Cuando pasaron por un lago, una rana amiga que observaba advirtió a otras de aquel espectáculo; y al ver aquello preguntó en voz alta: “¿De quién será esa genial idea?”. Esto hizo que la rana se llenara de orgullo y fue tanto su sentido de importancia, que exclamó con su profunda voz “A mmmmmíííííííí”. Su orgullo fue su ruina, porque en el momento que abrió su gran boca, cayó al vacío y murió.
El escritor de Proverbios 16:18 fue muy sabio al decir: “Antes de la quiebra está el orgullo; y antes de la caída la altivez de espíritu”, lo contrario por supuesto también es verdad, Proverbios 27:2 dice: “Que te alabe el extraño, y no tu propia boca; el ajeno y no tus propios labios”.
- Si tan sólo habláramos más del Señor y le alabáramos más a menudo, tendríamos menos tiempo para hablar de nosotros mismos.
- Nadie se ha enfermado jamás por tragarse su orgullo.
HG/MD
“Que te alabe el extraño, y no tu propia boca; el ajeno y no tus propios labios”. (Proverbios 27:2).