Lectura: Romanos 1:1-17
Uno de los motivos por los cuales los creyentes temen compartir su fe con otras personas, es porque no quieren fracasar. Al comportarse de esta forma olvidan algo muy importante: el poder transformador del Evangelio.
Peter V. Deison, en su libro “La prioridad de conocer a Dios”, nos cuenta la historia de un hombre de India que pertenecía a una banda de ladrones. En una ocasión, mientras asaltaba una casa, notó que sobre una mesa había un libro negro de páginas muy delgadas. Pensó para sí, estas hojas son muy buenas para hacer cigarros; así que se lo llevó como parte del botín de esa noche. Todas las noches le arrancaba una página, enrollaba su droga preferida y se la fumaba.
Una noche, antes de enrollar la hoja, le llamó la atención leer las palabras: “copa”, “beban” y finalmente se detuvo en las palabras “perdón” y “pecado”, así que decidió leer la página completa. Al terminar la lectura de aquella página y de unas cuantas más, cayó al suelo arrepentido diciendo: ¡Señor perdóname! Ese día decidió entregarse a las autoridades y recibió una sentencia acortada, y en la cárcel tuvo la oportunidad de llevar el mensaje de salvación a muchas de las personas que estaban encerradas con él.
¿Cuál era el libro que estaba leyendo? Era la Biblia. El Espíritu Santo usó el evangelio de Mateo al leer: “Tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio diciendo: Beban de ella todos; porque esto es mi sangre del pacto, la cual es derramada para el perdón de pecados para muchos.” (Mateo 26:27). Al hombre le llamaron la atención palabras muy conocidas por él: copa y beban (algo que era común en su vida pecaminosa), pero las palabras perdón y pecados, fueron las que finalmente lo cautivaron, ese “es el poder de Dios para salvación” del que habla el apóstol Pablo en Romanos 1:16, en el cual como creyentes debemos confiar al compartir nuestra fe con otros.
- Debido a que hay un infinito poder en el evangelio, siempre seremos capaces de compartir las buenas nuevas con confianza.
- La religión puede señalar errores, pero sólo el Evangelio puede transformar corazones.
HG/MD
“Porque no me avergüenzo del evangelio pues es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primero y también al griego” (Romanos 1:16).