Lectura: 1 Reyes 14:7-16
Aún recuerdo la primera vez que estudié a los reyes del Antiguo Testamento. En una tabla se agrupaba a algunos de los líderes de los reinos de Israel y de Judá, aunque se encontraban catalogados como “buenos”, la mayoría se describían como malos, muy malos, extremadamente malos y de lo peor.
En el caso particular del rey David se catalogaba como un rey bueno que “caminó en pos de mí [Dios] con todo su corazón” (1 Reyes 14:8), fue un ejemplo a seguir (3:14; 11:38); mientras tanto los reyes malos se destacaban por haber rechazado intencionalmente a Dios y haber guiado a sus súbditos a la idolatría.
El legado del rey Jeroboam, el primero que gobernó sobre Israel después de la división del reino, fue ser recordado como el peor de los monarcas: “quien pecó, e hizo pecar a Israel” (14:16). Debido a su mal ejemplo, muchos de los que gobernaron posteriormente son comparados con él y se les describe con sus mismas características de maldad (16:2, 19, 26, 31; 22:52).
Es por esto que cada uno de nosotros debe estar completamente consciente de que influimos sobre nuestro entorno de una manera particular, y dicha influencia puede ser utilizada para bien o para mal. La fidelidad a Dios sin restricciones es una luz que brillará intensamente y dejará un legado de bien.
Tenemos el privilegio de hacer que el Señor sea glorificado. Quiera Dios que otros vean su luz brillando a través de nosotros y que sean llevados a disfrutar de su bondad.
- Te pedimos Señor que brilles a través nuestro para tu gloria, y que seamos una influencia positiva para quienes nos rodean.
- Dejemos en este mundo una huella diferente, que otros puedan vernos y recordarnos como personas que quisieron e hicieron todo lo posible por compartir el mejor de los regalos, la salvación en Jesús.
HG/MD
“Arranqué el reino de la casa de David y te lo entregué a ti. Pero tú no has sido como mi siervo David, que guardó mis mandamientos y caminó en pos de mí con todo su corazón, haciendo solo lo recto ante mis ojos” (1 Reyes 14:8).