Lectura: Levítico 19:15-18

Al salir de un servicio cuyo sermón se centró en los dones espirituales, una señora le dijo al ministro: “Sabe, yo creo que tengo el don de la crítica, me siento muy bien al decirle a otros sus defectos, por supuesto para ayudarles”.  Respetuosamente, el ministro le contestó: “¿Se acuerda de la parábola de Jesús, sobre una persona que tenía tan sólo un talento? ¿Recuerda lo que Él hizo?” “Si” contestó ella, “fue y lo enterró” (Mateo 25:18).  Con una sonrisa en los labios el ministro le dijo: “Pues vaya y haga usted lo mismo con ese don que cree tener”.

Si la crítica no viene acompañada del amor y un genuino deseo de ayudar, sin duda sólo servirá para mostrar la parte más cruel y destructiva de la humanidad.  En el libro de Levítico 19:17, encontramos un pasaje muy interesante que hace referencia a esta verdad: “Ciertamente amonestarás a tu prójimo, para que no cargues con pecado a causa de él”; debes tener cuidado de no caer en la calumnia, ni alimentar el odio debido a una determinada situación.

Te damos tres sencillas sugerencias que te ayudarán a determinar cuándo debes hacer una crítica:

  • Has orado mucho por esa situación y ¿al hacer esto deseas realmente ayudar a la persona?
  • ¿Estás dispuesto a enfrentar a la persona de forma honesta y amable?
  • ¿Por qué estoy criticando? Porque me gusta criticar, o porque no hay otra salida y crees sinceramente en tu corazón, que no hay otra opción para corregir y hacer que esa persona crezca a tu lado.

Entonces, si tu meta al criticar es ayudar motivado por un amor sincero hacia la persona y tu deseo es agradar a Dios, entonces no debes tener remordimientos a la hora de hacerlo.

  1. Si tus intensiones no superan estos tres sencillos consejos, entonces no hables, guarda silencio y ora por esa persona.
  2. Criticar es la última opción que debes tener en mente, la primera siempre debe ser orar.

HG/MD

“Fieles son las heridas que causa el que ama, pero engañosos son los besos del que aborrece” (Proverbios 27:6)