Lectura: Rut 1:6, 11-18.

En un reporte noticioso que trataba el tema de las dificultades que tienen los refugiados desplazados en un país destruido por la guerra, me impactaron las palabras de una niña de 8 años. Y es que pese a tener pocas posibilidades de volver a su casa, ella mostró un espíritu fuerte al declarar con calma y determinación: “Cuando volvamos, voy a visitar a mis vecinos y a jugar con mis amigos. Mi papá dice que no tenemos una casa, pero yo le dije que la íbamos a reparar”.

La perseverancia siempre tiene un lugar en la vida; en especial, cuando está arraigada en nuestra fe en Dios y en el amor hacia los demás. Por ejemplo, el libro de Rut comienza con la historia de tres mujeres unidas por la tragedia. Después de la muerte del esposo y de los dos hijos de Noemí, ella decidió volver a su casa en Belén e instó a sus nueras viudas a quedarse en su tierra, Moab. Orfa se quedó, pero Rut se comprometió a ir con su suegra: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1:16). Cuando Noemí vio que ella estaba “tan resuelta a acompañarla” (v. 18), empezaron el viaje juntas.

La obstinación tiene sus raíces en el orgullo, pero la entrega brota del amor. Cuando Jesús fue a la cruz, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51). En su determinación de morir por nosotros, encontramos la decisión de vivir para Él.

  1. La perseverancia debe ser una de las características siempre presentes en la vida del creyente; al evidenciarla muestra el avance en su caminar con Dios.
  2. Gracias Señor por tu determinación y perseverancia al venir a este mundo para pagar el precio que había sobre nuestras almas y darnos vida eterna.

HG/MD

“Pero Rut respondió: No me ruegues que te deje y que me aparte de ti; porque a dondequiera que tú vayas, yo iré; y dondequiera que tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1:16).