Lectura: Salmos 119:145-152

Debemos escuchar a quienes amamos.  Para ello es necesario tiempo y esfuerzo de nuestra parte, con el fin de prestar la debida atención a lo que esa persona especial nos está diciendo.  Al hacer esto estamos mostrando que verdaderamente tenemos un genuino interés y respeto hacia quien nos dirige sus palabras.

Había un joven ministro que pasaba buena parte de su tiempo escuchando problemas de las personas que asistían a su iglesia.  Un día llegó a su casa y le dijo a su esposa: “Hola cariño, ¿cómo te fue hoy?”  Durante la próxima hora su esposa, le contó de las travesuras de su pequeño hijo, de los desastres que había causado el perro del vecino en su jardín y que su hija mayor no quería hacer su tarea de matemáticas, pues decía que no entendía muy bien cómo sacar la raíz cuadrada de un número.  El joven ministró sin pensarlo mucho, le empezó a dar una lista de cosas que ella debía hacer para resolver esos problemas.

Ella le miró y le dijo: “¿Crees que no he hecho todo eso? No necesito una serie de tareas adicionales para hacer, lo que te pido es que realmente te intereses en lo que he pasado.”

En nuestra lectura devocional el rey David estaba suplicando lo siguiente: “Oye mi voz conforme a tu misericordia…” (Salmos 119:149), él estaba expresando que en realidad Dios tiene amor por nosotros y por ello misericordiosamente nos escucha, escuchar es parte del amar.

  1. Al escuchar a un compañero de trabajo, una amiga o a tu pareja, puede ser que le estés mostrando lo que esa persona realmente necesita, contar con nuestra atención, ayudarle a encontrar solución a un problema o tan sólo poder sacar de su corazón algo que le está doliendo.
  2. Escuchar a esa persona que te está hablando, puede ser lo más genuinamente amoroso que reciba hoy.

HG/MD

“Oye mi voz conforme a tu misericordia; oh Señor, vivifícame conforme a tu justicia” (Salmos 119:149).