Lectura: Mateo 27:27-35
Los árboles son organismos muy interesantes, proceden de una semilla la cual germina y en el mejor de los casos con los años crecen, y brotan flores y frutos de algunos de ellos, dan sombra a quien la necesita, sustento y abrigo para algunos de sus habitantes, sirven de sitio de juego y reunión para muchos. Pero, con el pasar de los años también se hacen viejos y un día, tal como brotaron, mueren y se secan dando con esto vida y alimento a las nuevas generaciones.
Al pensar en esto se me vino a la memoria el primer árbol protagonista mencionado en la Biblia: aquel del cual pendía el fruto prohibido que Adán y Eva no pudieron evitar comer (Génesis 3:6). Dios puso este árbol y el fruto para probar su lealtad y confianza. Luego nos encontramos con el árbol del Salmo 1; este es un ejemplo de la productividad de la vida entregada a Dios. También en Proverbios 3:18, se personifica a la sabiduría como un árbol de vida.
No obstante, quizás el árbol más importante de la toda la historia es uno que fue trasplantado y talado para formar una cruenta cruz. En él, nuestro Salvador estuvo suspendido entre el cielo y la Tierra, para cargar sobre sus hombros el pecado de todos nosotros. Este fue un árbol muy particular debido a que fue un símbolo de amor, sacrificio, perdón y salvación.
- En ese árbol transformado en cruz, aquel día el unigénito Hijo de Dios padeció una muerte horrenda. Para nosotros, ese fue el árbol que llevó Quien cargó sobre sí el castigo por nuestros pecados.
- Hoy, tal como aquel sábado, al igual que aquel día de pascua hace más de 2000 años, debemos reflexionar sobre lo que significó aquella cruz, y en la esperanza que estaba escondida en aquel árbol muerto, la vida verdadera, la luz estaba por surgir el siguiente día, la mañana gloriosa.
HG/MD
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13).
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