Lectura: 2 Corintios 1:3-11
A una buena amiga le diagnosticaron un cáncer de piel, y quienes la queremos nos preocupamos mucho debido a la noticia. Con el tiempo vinieron los tratamientos y las cirugías, entonces todos estábamos muy inquietos por su bienestar y por supuesto oramos para que ella recuperara la salud.
El tiempo pasó y poco a poco los tratamientos fueron surtiendo el efecto deseado, finalmente, luego de algún tiempo el ansiado informe llegó y decía que el cáncer había sido vencido.
Un par de años más tarde, a otro amigo también le diagnosticaron cáncer de piel, mi amiga estuvo a su lado para ayudarlo a entender qué esperar y cómo prepararse para lo que venía. Su propia experiencia la había equipado para acompañar a otros durante esta dura prueba.
Esto es exactamente lo que el apóstol Pablo nos dice que debemos hacer en 2 Corintios 1:3-4: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación”.
Los desafíos que encontramos en el camino son tan sólo una oportunidad para experimentar Su consuelo, y también nos abren la puerta para compartir ese consuelo con otras personas que sufren.
- Aprendamos de nuestras pruebas para estar listos y poder consolar a otros.
- Gracias Señor porque nunca nos abandonas.
HG/MD
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
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