Lectura: 1 Corintios 13:1-13

Cuando una persona nos ofende y luego se disculpa, muchas veces simulamos su perdón, pero al igual que un perro no suelta el hueso que está mordiendo, nuestra mente comúnmente sigue recordando las actitudes y acontecimientos que nos lastimaron.

No obstante, esto no debe ser así; el apóstol Pablo nos aconsejó lo siguiente con respecto al amor que le profesamos a otras personas: “ni lleva cuentas del mal”; él utilizó un término griego (logizetai) que describe lo que un contador hace cuando registra en libros una cantidad determinada. 

Una forma en la cual las personas recuerdan, es repitiendo constantemente, tal como los niños o jóvenes que repiten nombres o números de la materia que tienen que aprender.  El amor, por el contrario, perdona y no continúa llevando un registro de las cosas malas que nos han hecho sino más bien se las entrega a Dios.

Desgraciadamente, muchas personas nunca olvidan las ofensas, algunos ocultan su odio y malestar por algún tiempo, pero luego, en un momento de ira sacan nuevamente el hacha de los recuerdos y el rencor del oscuro lugar donde los habían ocultado, y descargan toda su dolor y palabras hacia esas personas que habían sido “perdonadas” en algún momento. Esto daña a los demás, pero a quien más daña es a la persona que no termina de perdonar pues el odio carcome su interior.  (Salmos 32:3-8).

  1. Cuando te sientas tentando a recordar un mal momento que alguien te ocasionó, recuerda que también debes perdonar y olvidar.
  2. Acuérdate de perdonar y luego acuérdate de olvidar, pues recuerda que tú también fuiste una vez perdonado por nuestro Señor (Efesios 4:32).

HG/MD

“El amor tiene paciencia y es bondadoso. El amor no es celoso. El amor no es ostentoso, ni se hace arrogante.  No es indecoroso, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal.” (1 Corintios 13:4-5).