Lectura: Mateo 8:1-4

La pequeña niña quería preguntarle algo a su papá mientras trabajaba desde casa, pero él había sido muy claro con ella al decirle que tratara de no distraerlo mientras estaba en la computadora. “Quizás se enoje conmigo”, pensó, así que no le preguntó a pesar de que era una pregunta importante.

Definitivamente no podemos tener esta clase de temor cuando acudimos a Jesús.  En nuestra lectura devocional en Mateo 8:1-4, leemos sobre un leproso quien no dudó cuando tuvo que interrumpir al Señor para comunicarle sus necesidades.

La enfermedad que este hombre tenía le producía desesperación; lo habían marginado de la sociedad y se encontraba profundamente angustiado.  Y es que Jesús estaba ocupado con “muchas personas a su alrededor”, pero el leproso se abrió paso entre la multitud para hablar con Él.

El Evangelio de Mateo relata que este hombre se acercó y “se postró ante él” (v. 2). Se aproximó a Jesús en adoración, humildad y confianza en su poder, reconociendo que podía ayudarlo si quería. Le dijo: “¡Señor, si quieres, puedes limpiarme!” (v. 2). Con compasión, Jesús lo tocó, aunque la lepra lo había vuelto “intocable” según las normas de la ley judía, y fue limpio de inmediato.

Al igual que el leproso, no tenemos por qué dudar para acercarnos a Jesús y pedirle ayuda. Cuando acudimos a Él con humildad y adoración, podemos confiar en que decidirá lo mejor para nosotros.

  1. Acércate a Jesús con humildad y adoración.
  2. El Señor Jesús jamás está tan ocupado como para prestarte atención.

HG/MD

“Cercano está el Señor a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de verdad” (Salmos 145:18)