Lectura: Juan 14:1-6
Hace unos días me desplacé hacia el pacífico para pasar unas cortas vacaciones, y cuando regresaba camino a la casa, empezó a caer una lluvia ligera, la cual con el tiempo se volvió pesada y copiosa; los vientos aumentaron y las gotas de lluvia se estrellaban contra el parabrisas convirtiéndose, literalmente, en una cortina que hacía muy difícil poder ver tan sólo a metros de distancia. Lo único que me mantuvo en el camino fue seguir a un gran camión de transporte pesado que iba delante, una concentración intensa y mucha oración.
El camino que comúnmente hacía en 2 horas, se alargó por unas largas 4 horas, los músculos me dolían y me ardían los ojos, ¡nunca antes me había parecido tan bueno mi hogar! Cuando entré por la puerta finalmente me recosté en un sillón y por fin descansé.
Como creyentes muchas veces nuestro camino en la fe es como aquel camino lluvioso. Luchamos con largos días de trabajo y dificultades. Es por ello que cuando nos visitan la desilusión y la tristeza, debemos llevar nuestros pensamientos hacia lo que nos espera al final del camino, nuestro hogar en el cielo.
C.S. Lewis (1898-1963) en su maravillosa obra literaria “Las Crónicas de Narnia”, nos describe el momento en el cual el Unicornio, uno de los personajes, ve el cielo y exclama: “¡Por fin he llegado!, ¡Este es mi verdadero país! ¡Este es mi lugar! ¡Esta es la tierra que he estado buscando toda mi vida!”
- No existen palabras para describir la sensación que viviremos al llegar a nuestra casa celestial.
- Las maravillas del cielo superan enormemente a las dificultades que experimentamos en esta tierra, nunca lo olvides.
HG/MD
“Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por días sin fin.” (Salmos 23:6).
Hermoso