Lectura: Efesios 4:25-32
El estruendo de la alarma que provenía desde el interior de la iglesia provocó el pánico en mi corazón. Había llegado temprano un domingo por la mañana porque planeaba pasar un momento de paz y quietud antes del arribo de la congregación. Pero olvidé desactivar la alarma contra robos. Al girar la llave, el estruendo perturbador y molesto llenó el edificio y, sin duda alguna, los dormitorios de los vecinos que estaban durmiendo.
La ira se parece mucho a eso. En medio de nuestras vidas pacíficas, algo hace girar una llave en nuestro espíritu y activa la alarma. Entonces, nuestra paz interior, sin mencionar la tranquilidad de quienes nos rodean, se ve interrumpida por la fuerza perturbadora de nuestras emociones explosivas.
A veces, la ira llama apropiadamente nuestra atención hacia alguna injusticia que tiene que tratarse y nos estimula a una acción justa. Sin embargo, en la mayoría de los casos, es la violación de nuestras expectativas, derechos y privilegios lo que enciende egoístamente nuestra ira. En todo caso, es importante saber por qué suena la alarma y responder de una manera piadosa. Pero una cosa es segura, la ira no debe prolongarse sin ser controlada.
No es de extrañar que Pablo nos recuerde la advertencia del salmista: «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Efesios 4:26; Salmo 4:4).
1. La ira que no se controla es causa de alarma. En estos días de Navidad también desgraciadamente se elevan las agresiones intrafamiliares, oremos para que podamos controlar esos impulsos violentos, sometiendolos a la disciplina y voluntad de Dios.
2. Oremos por las victimas que cada día sufren agresión de parte de las personas que deberían cuidar de ellas.
NPD/JS