Lectura: Efesios 3:1-9
Se cuenta una historia del ministro escocés Alexander Whyte, quién pudo enfrentar la situación más funesta y aun encontrar algo por qué estar agradecido. Un oscuro domingo por la mañana, cuando el tiempo estaba congelado, húmedo y tormentoso, uno de los diáconos susurró: “Estoy seguro que el predicador no podrá agradecer a Dios por nada en un día como este. ¡Está absolutamente horrible afuera!” El pastor comenzó el culto orando, “Te agradecemos, oh Dios, que el tiempo no siempre es así”.
El apóstol Pablo también veía lo mejor en cada situación. Considera sus circunstancias cuando escribió a la iglesia en Éfeso mientras esperaba el juicio ante el emperador romano Nerón. La mayoría de las personas habría concluido que era un prisionero de Roma. Pero Pablo se veía a sí mismo como un prisionero de Cristo. El pensaba en sus penurias como una oportunidad para llevar el evangelio a los gentiles.
Estas palabras de Pablo nos deben desafiar: “A mí, que soy menos que el mas pequeño de todos los santos, se me concedió esta gracia: anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8). Pablo, un prisionero de Cristo, se veía a sí mismo como que había recibido el privilegio de servir a Dios y de presentar las “riquezas de Cristo” a muchos.
1. ¿De quién somos prisioneros?
2. ¿Cuándo fue la última vez que le agradeciste a Dios, lo que ya das por obtenido o por hecho, por ejemplo: la lluvia, el aire, el amor de tus seres queridos?
3. ¿Cuando fue la última vez que en una oración no le pediste nada a Dios y tan sólo le diste gracias por todo lo Él te ha dado, sin merecerlo?
NPD/AL