Lectura: Deuteronomio 8:1-20

Un hombre que tenía muchísimo dinero fue a un banquete y se sentó al lado de unas personas que conversaban amenamente sobre la oración, el hombre dijo: “Puede que la oración sea muy necesaria para ustedes, pero en mi caso personal yo no la necesito; toda mi vida he trabajado muy duro para tener lo que ahora disfruto, yo nunca le pedí nada a Dios”.  Un profesor que integraba el grupo de conversación le respondió: “señor, creo que a usted le hace falta una cosa, y creo que le gustaría orar por ella”.  El hombre preguntó ¿y qué podrá ser eso a lo que usted hace referencia?, a lo cual el educador respondió: “Mi estimado señor, usted debería orar por humildad”.

Cuando los israelitas estaban a punto de entrar en la tierra prometida, Moisés miró y supo de inmediato que en esa tierra serían bendecidos con mucha abundancia de ganado, granos y todo tipo de riqueza, todo ello como resultado de la bondad de Dios.  Sabiendo que esto podría producir un falso sentimiento de autosuficiencia, les advirtió que nadie debía jactarse: “No sea que digas en tu corazón: ‘Mi fuerza y el poder de mi mano me han traído esta prosperidad´”  (Deut.8:17).

Si la mayoría de veces las cosas nos salen bien, somos atraídos a tener cierta cantidad de orgullo, tendemos a sentirnos autosuficientes.  Incluso muchas veces creemos que cuando recibimos una bendición, es porque la merecíamos.  El orgullo nos perjudica y no tiene lugar en la vida de un hijo o hija de Dios.

  1. Demos gloria a quien merece toda gloria y de quien proviene todo don perfecto: a Dios.

 

  1. El problema de los seres humanos es que en lugar de reconocer a Dios como su razón de ser, terminan pensado que ellos son la razón de ser de Dios.

HG/MD

“La soberbia del hombre lo abate, pero al humilde de espíritu le sustenta la honra” Prov.29:23