Lectura: 2 Corintios 2:1-11

Existe un pequeño pez que es nativo de América del Sur, y recibe el curioso nombre de “cuatro ojos”. El Creador lo diseñó con una característica muy particular, le dio unos grandes ojos saltones con un lente de aire en la mitad superior y un lente de agua en la mitad inferior; así que cuando nada cerca de la superficie, puede mirar el mundo que tiene por encima y al mismo tiempo el mundo acuático que le rodea, por lo tanto saca provecho de los dos mundos.

En cierto sentido los creyentes somos similares a este pececito, a medida que caminamos por la vida nos es necesario mantener nuestra mirada en las cosas de arriba (Col.3:1) y también en las de abajo, en el mundo que nos rodea, ya que vivimos como ovejas en medio de lobos (Mateo 10:16).  Mirar hacia arriba nos permite enfocarnos en lo que Dios nos dice, lo verdadero y justo; en tanto que mirar hacia la tierra, nos permite ser astutos y ver oportunidades para demostrar compasión a quienes nos rodean, y así también comunicarles sobre el verdadero camino que Jesús les ofrece.

Cuando Jesús compartía con los suyos el Sermón del Monte, les habló de procurar la justicia y mostrar misericordia (Mateo 5:6-7).  El apóstol Pablo años más tarde, reforzó esta misma enseñanza, cuando le dijo a los creyentes de la ciudad de Corinto, que vivieran conforme a las normas de Dios, pero que tuviesen misericordia de un hermano arrepentido (1 Cor.5:1-5; 2 Cor.2:1-7).

En realidad nadie, exceptuando a los creyentes, pueden ver estos mundos con tanta claridad, nuestros ojos han sido abiertos a las verdades de Dios (Efesios 1:18) y tenemos al Espíritu Santo que nos guía en nuestro andar (Romanos 15:13), para que con amor podamos responder a las necesidades que existen a nuestro alrededor.

  1. De eso se trata vivir con cuatro ojos.
  2. Mantén la verdad de Dios en tu corazón y mente, para que puedas compartir con otros sobre sus maravillas.

HG/MD

“habiendo sido iluminados los ojos de su entendimiento para que conozcan cuál es la esperanza a la que los ha llamado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1:18)