Lectura: 1 Crónicas 29:6-15

Podemos imaginarnos cuán ocupada puede ser la agenda de un presidente, llena de compromisos y reuniones, se cuenta la historia del presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln, en la que una anciana que no tenía nada oficial por lo cual verlo, le solicitó una cita y Lincoln accedió amablemente a verla.

Cuando la anciana entró en su oficina, el presidente se puso de pie para saludarla y preguntarle en qué podía servirle.  Ella le contestó que no había venido a pedirle ningún favor.  Simplemente había oído decir que al presidente le gustaban cierto tipo de galletas y ella había preparado algunas para llevárselas a su oficina.

Con lágrimas en los ojos Lincoln respondió: “Es usted la primera persona no ha venido a mi oficina a pedir, ni a esperar nada, sino más bien a traerme un regalo, se lo agradezco de todo corazón”.

Cuando oremos y entremos en la presencia de Dios, de vez en cuando abstengámonos de darle una lista de peticiones.  En lugar de ellos llevémosle simplemente el regalo de nuestra gratitud y amor.  Podemos decir a ciencia cierta que no nada que le agrade más a nuestro Padre Celestial el oír de nuestro sincero agradecimiento.

1. ¿Por qué no pasar tiempo meditando en las misericordias del Señor, recordando las riquezas de Su gracia y bendiciendo Su Santo nombre? Hoy dale ese regalo al Dador del toda dadiva.

2. Si te detienes a pensar tendrás motivos para dar gracias.

NPD/VCG