Lectura: Santiago 3:1-12

Se cuenta que el importante financiero del siglo pasado Bernard Baruch (1870-1965), cuando aún era joven y muy ambicioso, le dijo al magnate y empresario J.P. Morgan (1837-1913) que deseaba asociarse con él en una empresa minera de azufre.  Dentro de los reportes que compartió con Morgan, se encontraba  un informe favorable de los geólogos, aunque en sí la actividad presentaba algunos riesgos.  Morgan estaba interesado, hasta que Baruch le dijo las siguientes palabras: “He apostado en cosas más grandes que esta”.

Morgan lo miró con indignación y le dijo en un tono frio: “Yo nunca apuesto”.  La palabra apuesta había echado a perder el trato.  Morgan era un inversionista apasionado, pero pensaba que apostar era pecado.

Si una pequeña palabra “inocente”, arruinó un negocio multimillonario, piensa por un momento cuándo daño pueden hacer las palabras maliciosas.  Las palabras mal usadas pueden arruinar la reputación de una persona y destruir la más unida de las relaciones.

Santiago, fue muy directo al hablar con respecto al poder que tiene la lengua.  Dijo que era más sencillo controlar un caballo, guiar un barco o domar un animal salvaje, que dominar la lengua (Santiago 3:3-8).  Además lo comparó con un “fuego” inflamado por el mismo infierno (v.6), esto “porque es un mal incontrolable, lleno de veneno mortal (v.8).

  1. Debemos ser sabios y meditar en las palabras escritas por David: “Oh Señor, escucha mi oración; atiende mis ruegos. Respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia” (Sal.141:3).

 

  1. El hablar sin pensar, es igual que disparar un arma sin tener un objetivo claro.

HG/MD

“Oh Señor, escucha mi oración; atiende mis ruegos. Respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia. (Sal.141:3)